2008/01/21

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  • El Papa, de espaldas al mundo
  • Noticias de Gipuzkoa, 2008-01-21 # Miguel Bretón Vallejo

Resulta que en una ceremonia presidida por el Papa en la Capilla Sixtina -una maravilla artística donde las haya- éste, nostálgico de otras épocas, decidió desafiar el espíritu y las enseñanzas del Concilio Vaticano II diciendo una misa en la que, a ratos, dio la espalda a los fieles que, tanto como él, son destinatarios de las enseñanzas evangélicas.


No puedo entender, por más que me lo proponga, el motivo de dicho gesto, si no es para considerar que los asistentes a dicha misa son de inferior valor, como fieles, a quien oficia la ceremonia religiosa.


Me parece impensable imaginar a Jesucristo, en su Última Cena, dando la espalda a los apóstoles mientras brindaba con ellos y compartía el pan y el vino. Si Dios está en todas partes, también está en el corazón de quienes asistieron a la ceremonia papal, así que ¿por qué darles la espalda? Una de las aspiraciones del último Concilio fue, precisamente, acercar a las personas a Jesucristo, hacerlo más humano y cercano, tal como fue Él, y no se puede comunicar intimidad ni amor fraterno sin mirar y hablar, cara a cara, a quienes asisten a una ceremonia grupal, como es la misa, por muy Papa que sea quien la celebre.


Evidentemente, esta actitud es, obviamente, una reminiscencia de un pasado oscuro, muy oscuro, como fue la llamada Contrarreforma, cuyo eje principal fue el Concilio de Trento, donde se creó la misa tridentina que ahora aplica el Papa, heredero, no sólo de la sencillez que propugnó Jesús de Nazaret, sino también del poder y el lujo que adquirió la Iglesia católica romana al amparo de los favores del emperador Constantino. No se olvide, por ejemplo, que el título de Sumo Pontífice lo heredó del Imperio Romano, cuyos jefes eran a veces más dioses que hombres.


Cada vez está más clara la deriva integrista de la Iglesia católica ante el irreversible avance de la libertad de conciencia en todo el mundo, y en el católico también, por supuesto. Ya no se convence a la gente, Santidad, con sermones, teologías ni, por supuesto, condenas, algo a lo que el Vaticano está tan tristemente habituado. Las personas necesitamos profundas motivaciones para actuar bien y ayudar a los demás, no se trata de decir esto es bueno y esto es malo, porque todo es opinable. El mundo necesita sonrisas y alegría; sólo un corazón contento puede hacer el bien, a sí mismo y a los otros. No deja de ser curioso que el único Papa sonriente -Juan Pablo I- durara tan poco como jefe de la Iglesia. Será difícil, pero ojalá un Pontífice como aquel añorado Juan XXIII, padre del Concilio, vuelva a regir los destinos vaticanos e ilumine con su claridad a sus muchos millones de seguidores. Que así sea.

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