- Entrevista: Padre Angel García
- "Apuesto a que en cinco años habrá mujeres curas"
- El País, 2008-02-25 # Juan G. Bedoya
En el Vaticano hay abierto un dossier con el rótulo Expediente Padre Ángel. El fundador de Mensajeros de la Paz lo dice como quien cuenta una trastada. "Nunca he tenido problemas con Roma, es como si una hormiga se quisiera enfrentar a un elefante". Acaba de apostar una comida con su biógrafo, el periodista Jesús Bastante Liébana -El padre Ángel, mensajero de la Paz, editado por La Esfera de los Libros-, a que Benedicto XVI admitirá pronto el sacerdocio femenino. "Un día en que se levante con un buen pie, dirá: 'Hasta aquí hemos llegado'. Me apuesto a que antes de cinco años lo hace".
¿De dónde saca este hombre las fuerzas? Cumple ahora 71 años, tiene serios problemas de corazón y un cáncer de colon, pero viaja cada mes a Irak o adonde haya una tragedia, con ayuda o para traerse niños para operarlos en hospitales "como Dios manda". Esta mañana llega antes de tiempo a la cita en la Casa de Asturias en Madrid, con el entusiasmo de quien regresa a casa. Añoranzas de su tierra, donde fundó Mensajeros de la Paz en 1962 con el apoyo del cardenal Tarancón. Le dieron el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1994.
Pero la Casa de Asturias cierra hoy, así que Padre Ángel (todo el mundo le llama así) decide esperar en la calle, muerto de frío. Nos cobijamos en el café. Churros y café con leche. Y sobre todo, charla. Habla deprisa. Vive deprisa. Cree que la enfermedad le concederá poco tiempo. Lo dice como si nada. Y no para de sonreír, incluso cuando se pone serio.
Acostumbrado a embridar a poderosos de toda condición, reconoce que se deja llevar por arrebatos. "A veces es mejor pedir perdón que pedir permiso", dice. Pero ya está fuera del alcance de pedradas irreparables. Hace años le pidieron que se hiciera cargo de un reformatorio en Granada. Fue a visitarlo y, entre otras miserias, vio que "a los niños les daban bellotas para comer, como a los cerdos". Cogió unas cuantas, se las metió en el bolsillo de la chaqueta y nada más llegar a Madrid envió cuatro paquetes: a la casa real, al presidente Suárez, al ministro de Justicia y al presidente del Consejo de Menores. Les decía: "Éstas son las bellotas que comen mis hijos. Se las mando para ver si se las comen los suyos". Uno de sus lemas lo tomó de Cantinflas: "Yo no quiero que se acaben los ricos: lo que quiero es que se acaben los pobres".
También se enojó mucho cuando los obispos erigieron una estatua "muy cara" a Juan Pablo II, aún vivo, frente a la catedral de la Almudena, en Madrid. Escribió tres cartas "un poco desabridas", reconoce: al alcalde, al cardenal Antonio María Rouco y al Papa. "Me parecía una barbaridad gastar dinero de los fieles en un monumento, en lugar de dedicarlo a las hermanas de Calcuta".
Tiró a la papelera la carta al alcalde, y la que escribió a Rouco también la rompió, "para no buscar problemas". "Pero la del Papa sí que la envié, convencido de que nadie la iba a leer". La leyeron. Un monseñor le dijo: "El Papa y yo estamos muy enfadados contigo". "¿Conmigo?, ¿pero qué os he hecho?". La carta. Pensando arreglarlo, prometió escribir a Juan Pablo II y, aparte de buenas palabras, meterle en el sobre 5.000 pesetas "para el dichoso monumento". A cambio, pedía que se rompiese la misiva anterior. Y el monseñor: "En Roma no se destruye nada. Además, tú tienes aquí un expediente así de gordo".
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