2008/02/12

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  • Un tupido velo
  • Deberíamos preguntarnos las razones por las que personas indiferentes e incluso hostiles a las reivindicaciones feministas, se convierten de la noche a la mañana en partisanas proactivas de la lucha anti-velo
  • Gara, 2008-02-12 # Belén Martínez · Analista social

El Parlamento turco aprobaba el pasado sábado la autorización que permite a las mujeres acudir a las universidades del país portando el velo islámico. El Ejército turco -ese mismo que se vanagloria de masacrar a la población kurda y hace incursiones en el norte de Irak- y parte de la judicatura han mostrado su desacuerdo con la medida, ya que consideran el velo como un símbolo político del Islam.


El uso del hijab (velo) es una de las prácticas que suscita diferentes grados de controversia entre las personas de confesión musulmana, y un motivo de preocupación pública creciente en el viejo continente (obsesión, en algunos casos). En el Estado francés, la crisis del foulard de 1994 se inscribía en un contexto particular: las secuelas de la denominada primera guerra del Golfo; mientras que la ley de 15 de marzo de 2004, relativa a la prohibición de portar signos que manifiestan una pertenencia religiosa en las escuelas públicas, surge en otro contexto: el del 11-S y la guerra contra el terrorismo en Afganistán e Irak.


Desde setiembre de 2001, asistimos a una estigmatización de la población musulmana y a una demonización imparable del Islam, así como a una instrumentalización del principio de igualdad entre los sexos y a una tentativa de manipulación de las mujeres de origen árabe y/o musulmán. El Islam se ha convertido así en el caballo de Troya que supuestamente amenaza las conquistas feministas. ¿Quién ofrecerá otra flor a las mujeres de Kabul?


A la hora de abordar la cuestión del velo y analizar su propagación, deberíamos tener en cuenta cómo se forjan los mecanismos de reparación de una identidad lastimada, profundamente herida, bien por décadas de regímenes dictatoriales y de hostilidad occidental, bien por la incapacidad de gestionar la diversidad. Conozco chicas de la banlieue parisina que llevan el velo para afirmar su diferencia, y su postura individual y espiritual no se inscribe en ningún discurso teológico oscurantista. Son chicas que aspiran y luchan por un mundo más justo, con iguales oportunidades para todas y todos, y su combate no es un combate comunitarista, contrariamente a lo que se pudiera creer.


Deberíamos preguntarnos las razones por las que personas indiferentes e incluso hostiles a las reivindicaciones feministas, se convierten de la noche a la mañana en partisanas proactivas de la lucha anti-velo, invocando las raíces patriarcales de la sumisión de las mujeres a los hombres.


Dialogar sobre el velo significa, en primer lugar, dialogar con jóvenes y adultas que usan el hijab -o la bandana-, situando el debate en los diferentes parámetros y huyendo de posiciones de esencialismo cultural, que consideran lo universal portador de justicia y de igualdad como occidental, blanco y de tradición cristiana.


Prohibir lo que desaprobamos, por miedos irracionales y angustias infundadas, puede conducirnos al dogmatismo moral y a la intolerancia más extrema, sobre todo cuando somos incapaces de revisar críticamente nuestros propios valores y prácticas sexistas y racistas.

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