2008/03/31

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  • Doble exclusión
  • Gara, 2008-03-31 # Josebe Egia

Una vez más este fin de semana las calles vascas se han hecho eco de una reivindicación: los derechos básicos para las personas inmigrantes y gitanas y la promulgación o modificación de las leyes necesarias para hacerlos efectivos. La XI Marcha contra el Racismo y la Xenofobia, que con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial se celebra los 21 de marzo, este año se ha retrasado por la Semana Santa, y ha contado con la adhesión de 49 organismos, conscientes de que la sociedad vasca no está exenta de racismo y xenofobia.


¡Vaya que si existe! No hay más que ver cómo tratamos en general a las y los inmigrantes. Unas veces con temor, otras con desprecio o ignorándolas, y otras, la mayoría, explotándolas sin rubor aprovechando que tienen menores niveles de protección. Pues bien, todo esto se acrecienta si hablamos de mujeres inmigrantes. Del mismo modo que está demostrado que en la práctica totalidad de los ámbitos existe discriminación hacia las mujeres vascas, podemos afirmar que las mujeres inmigrantes están doblemente excluidas: por ser mujer y por ser inmigrante. Doble exclusión que se entrecruza y se refuerza en uno y otro sentido. Muchas veces se abusa de ellas aprovechando la situación de indefensión que conlleva su condición de inmigrante -mucho más si no tiene papeles- y muchas otras se abusa de las inmigrantes mujeres por su propia condición de mujer previamente excluida.


La situación de ilegalidad, de inestabilidad laboral y de falta del permiso de residencia en que se encuentran la mayoría de estas mujeres les provoca una sensación de tensión y estrés constante. A su vez, esta situación de irregularidad les hace más vulnerables al acoso o a la violencia ya que, por temor a ser expulsadas, no denuncian estas situaciones y ni siquiera buscan asesoramiento jurídico.


Por otra parte, los empleos a los que pueden optar son precarios, con sueldos bajos y largas jornadas laborales -servicio doméstico, cuidado de criaturas, personas ancianas y discapacitadas, hostelería...-. Eso cuando no se ven abocadas a la prostitución por extorsiones, deudas contraídas o como única forma de supervivencia. Todo ello ha generado una percepción social simplista sobre las mujeres inmigrantes. La realidad, sin embargo, muestra una gran variedad de situaciones.


Cada vez un mayor número de mujeres inicia por su cuenta el proyecto migratorio con el fin de lograr una mayor independencia; escapar de las normas a las que se ven sometidas en algunos de sus países de origen -matrimonios convenidos, repudio, violencia de género- o simplemente normas morales y religiosas que las cohíben en su proyecto de vida. Así, el colectivo de mujeres inmigrantes es tan heterogéneo como las sociedades de las que forman parte. Por tanto, de cara a su necesaria integración sin discriminaciones, tanto desde las instituciones como desde la sociedad civil, no puede existir una mirada única hacia ellas, sino diversificada y alejada de estereotipos.

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