2008/05/29

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  • Homosexuales, Lesbianas e Iglesia
  • La Iglesia, con sabiduría de madre, no se pronuncia sobre las causas del homosexualismo ni del lesbianismo. Solo constata que hay personas que tienen esa condición y percibe su sufrimiento. Por Orlando Contreras sj.
  • El Morrocotudo, 2008-05-29 # Orlando Contreras, sj.

Un signo de los tiempos es que lo que antes se ocultaba hoy se muestra abiertamente. Es el caso de lesbianas y homosexuales. Así por ejemplo tenemos que, en la T.V., entre los panelista de programas de farándula, hay reconocidos homosexuales que comentan la vida de los famosos; en el mundo literario también hay declarados homosexuales que nos sorprenden con novelas de hondo contenido humano y social; en el mundo sindical, uno de los principales dirigentes de los trabajadores del cobre que lucha en contra de situaciones injusta que afectan a sus compañeros, ha reconocido su condición de homosexual; Isabel Allende, en su última novela "La Suma de los Días", relata el proceso de su nuera asumiendo su condición de bisexual y todo lo que produjo en la familia; en el mismo libro la novelista relata que una de sus nietas, que nació con muy pocas esperanzas de vida porque su mamá era una adicta a la droga, fue adoptada por una pareja de lesbiana y, a fuerza del cariño que recibió, salió adelante.


¿Qué decir sobre esto? ¿Cómo se plantea la Iglesia frente a estas personas? La actitud de Dios, por medio de la Iglesia, es semejante a la de una mamá que tiene a su hijo en la cárcel. En la prensa -y en los comentarios de no pocos vecinos- los titulares son: “¡Asesino! ¡Ladrón! ¡Violador!”. La mamá, leyendo los titulares o escuchando los comentarios, sin negar la verdad, dice: “¡Es mi hijo! ¡Solo yo sé lo que él me costó! ¡Yo lo tuve en mis entrañas! El que está en la cárcel es carne de mi carne y sangre de mi sangre”. Y por eso, cada domingo, se dispone a ir a la cárcel para abrazar a su hijo y darle un beso expresándole: “¡Hijo, ya va a pasar esto! ¡Pronto saldrás de aquí! ¡Yo no te dejaré!”. Sin duda que, a lo largo de su historia, la Iglesia, como toda madre, ha cometido algunos errores en relación a las lesbianas y homosexuales, pero su ser más profundo y la verdad de su doctrina va en la línea de lo señalado.


La gran mayoría de las lesbianas y homosexuales no están en la cárcel por algún delito que hayan cometido. Pero ellos, sin estar presos, viven una cárcel mucho peor y que los hace sufrir y mucho. Ellos viven y sufren al sentir que su el cuerpo físico que tienen no responde a su psicología y comportamiento que naturalmente les brota; ellos viven y sufren la frustración que provoca en sus padres su condición porque “no eres lo que esperábamos”; ellos viven y sufren la burla y discriminación desde su más tierna infancia en el colegio; ellos viven y sufren en una sociedad que, por el solo hecho de tener esa condición, los discrimina, los rechaza y los hace sujeto de todo tipo de burlas cerrándole muchas puertas como para desarrollarse como cualquier otra persona. Por eso nos parece que, si hoy, abiertamente dan a conocer su condición tienen mucho mérito de su parte y es muy positivo porque nos están a invitando a mirarlos y relacionarnos con ellos de un modo muy distinto a como lo hacemos en la actualidad.


Desde el punto de vida de Dios y de la Iglesia, la lesbiana y el homosexual, como el heterosexual es, ante todo, un hijo de Dios; él es sujeto del amor gratuito de Dios; por ellos, como por todos los hombres y mujeres de la humanidad, Dios Padre, en Jesús, murió clavado en la cruz por sus pecados y para su salvación.


La Iglesia, con sabiduría de madre, no se pronuncia sobre las causas del homosexualismo ni del lesbianismo. Simplemente constata que hay personas que tienen esa condición y percibe el dolor y sufrimiento que hay detrás de cada uno de ellos. Como los heterosexuales, la Iglesia proclama que ellos son hijos de Dios y, sin son bautizados, son hijos propios a los que ama con entrañable amor de madre. Enseña también que, como todo ser humano, están llamados, e invitados, a vivir en santidad. ¿Qué significa ser santo para un homosexual o una lesbiana? Lo mismo que para el heterosexual: con la gracia y la ayuda de Dios, reproducir, en la vida de cada día, el modo de ser de Jesús que no buscó el placer a costa de lo que sea sino más bien vivió donándose a los demás buscando el bien ajeno, particularmente de los que sufren; siguiendo a Jesús, con la luz y fuerza del Espíritu Santo, la santidad es vivir entregando la vida por una sociedad más justa, más humana y más solidaria; la santidad es vivir un proceso en que continuamente ellos, como los heterosexuales, dejan que su corazón se llene de Dios de modo que aflore y resplandezca lo mejor de si al servicio de los demás.


Algunos piensan y dicen que homosexuales y lesbianas tienen un comportamiento que es aberrante. Los que piensan así olvidan, o no quieren reconocer, que las aberraciones más grandes que registra la historia de la humanidad han sido cometidas por heterosexuales. Otros suavizan sus comentarios diciendo que homosexuales y lesbianas viven en el pecado. Estos olvidan que para la Iglesia todos somos pecadores de pensamientos, palabras, obras y omisiones. El pecado de cada ser humano, en su concreción histórica, esta relacionado con su condición y sus posibilidades de concretarlo como daño a los demás y ofensa a Dios. Olvidan también que la actitud de Jesús frente a quienes viven señalando el pecado de los demás es decirles “el que esté libre de pecado que lance la primera piedra”. La actitud de Jesús, frente a todo hombre y mujer que vive en el pecado, es ir a su encuentro allí mismo donde está pecando; allí lo contempla con amor y le hace una invitación: “Sal de allí. Ven y sígueme”.

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