2008/07/16

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  • Ahora que ya no es malo ser gay
  • Cubanet, 2008-07-16 # Luis Cino · La Habana

La estatua de Johann Strauss no regresó al parque de Línea y 11, en El Vedado, pero los gays ya están de vuelta. Comparten el parque con los freakies, las jineteras y los borrachos del bar Cristal.


La estatua, violín en mano, del austriaco de los valses inmortales, fue donada a La Habana por el ayuntamiento de Viena. Se irguió en el céntrico parque durante dos años. Desapareció una madrugada del verano de 2004. Se partió por los tobillos cuando trataron de arrancarla. Sólo quedaron los zapatones atornillados al pedestal. Los ladrones pensaron que la estatua estaba hecha de oro. Resultó que era dorada, pero de plástico.


La policía investigó, pero la estatua nunca apareció. En las pesquisas, los principales sospechosos fueron, no podían ser otros, los freakies y los gays. Por un tiempo, desaparecieron del parque.


Los freakies, tatuados, con piercings en el rostro y camisetas negras de Marilyn Manson o Megadeth, regresaron a los pocos meses. Los gays, asustados por las amenazas y los malos modales de los ásperos policías orientales que velan “por el orden y la tranquilidad ciudadana” en El Vedado, demoraron años en volver. Necesitaron que Mariela Castro y el CENESEX garantizaran que “la diversidad sexual es la norma”.


Ahora, homosexuales de ambos sexos predominan en el parque por las noches. Rivalizan con las jineteras por el espacio y la clientela. Hay clientes para todos los gustos y tarifas. Los freakies empiezan a irse con su heavy metal a otra parte.


Pero la policía no cambió sus modales ni deja de hostigar a los gays. Peor aún si son travestis. Les exigen sus documentos de identidad y los echan del parque. Afirman que no es porque sean gays. “Dice el gobierno que ya eso no es malo”, escuché decir a un oficial de acento cantarín. Ahora los acusan de acosar a los turistas extranjeros, tanto o más que las jineteras.


Frente al edificio de la agencia Fiat, en el Malecón, también solían reunirse los gays habaneros. La policía les declaró la guerra. Los acusaron de escándalo público, alteración del orden y acoso a los turistas. Las redadas policiales los han hecho abandonar el lugar y emigrar varios cientos de metros a la derecha. Ahora se reúnen, para socializar, por los alrededores de Línea y M. Algunos bautizaron la cascada del Hotel Nacional como “la fuente del deseo”.


Dicen que el sitio tiene más clase que los parques La Fraternidad y El Curita, en la bravía Centro Habana. Incluso más que el nuevo paraíso gay: Mi Cayito, una franja de playa en Santa María del Mar, al este de la capital, que sustituyó a la inhóspita y contaminada Playa del Chivo.


Mariela Castro ya anunció que se comenzará a reeducar a los miembros de la PNR en el respeto a la diversidad sexual. Luego de la cruzada del CENESEX contra la homofobia, los cubanos de a pie, con mayor o menor reticencia, empiezan a vencer sus prejuicios contra los homosexuales. Son machistas por tradición, pero después de todo, no fueron ellos precisamente los que idearon las UMAP ni ordenaron las “recogidas de locas”.


“Últimamente, en todas las novelas y series de la televisión, lo mismo en las cubanas que en las extranjeras, hay historias de homosexuales”, dice Iris, una jubilada de 60 años. “Antes no se veían”.


Joel, de 35 años, admite que ya no es tan homofóbico. Al menos no tanto como unos años atrás. Botea con un “almendrón” del año 57. Ahora que mejoró el transporte público en la capital, la madrugada es el mejor momento para botear. Aparte de las jineteras, la mayoría de los que transporta son gays. A veces ni se sabe a ciencia cierta qué son.


-¿Y tú qué coño eres? ¿Gay, jinetera, travesti o puta? -les pregunta a veces, medio en broma, medio en serio, no porque le interese demasiado, sino para evitar confusiones, cuando recoge “a alguien raro” en Línea, el Malecón o Avenida de Los Presidentes.


“El Vedado está del carajo, uno no sabe qué puede pasar por el camino. Si pasa algo y me enredo, que sea con una mujer y con condón”, me dice.


A veces andan con extranjeros. Casi siempre son hombres mayores. Pagan bien, especialmente si el viaje es largo. Los suele llevar a casas de fiestas (las llaman “fiestas house”), generalmente en las afueras de la ciudad. “Hay una casa entre Calabazar y el Parque Lenin que es famosa por sus fiestas de gays”, dice el chofer.


Joel habla poco y no averigua. “Tampoco les doy confianza”, explica. Sólo le preocupa que no lleven en su carro marihuana, anfetaminas o cualquier otra droga. Si registran, no quiere problemas con la policía. Lo demás, no es asunto suyo.

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