2008/07/25

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  • La parrondada
  • El País, 2008-07-25 # Ruth Toledano

El 9 de noviembre de 1083 tuvo lugar en Madrid una batalla contra los musulmanes (¡qué raro!) cuya victoria se atribuye a la Virgen. Desde entonces se celebra la fiesta de la Almudena.


El 2 de mayo de 1808, el pueblo madrileño (a excepción de los afrancesados) salió a la calle para pelear contra el invasor francés (¡qué oportunidad perdida!). Desde entonces se celebran en Madrid las fiestas del Dos de Mayo.


En la madrugada del 28 de junio de 1969, en una calurosa Nueva York que recibía desde París los restos mortales de Judy Garland, la policía irrumpía en el bar Stonwall Inn, de ambiente gay, lésbico y transexual, con la excusa de controlar la venta ilegal de alcohol. Mientras afuera iba concentrándose una muchedumbre, los clientes permanecían retenidos en el local. Se trataba de un capítulo más de acoso policial y abuso de autoridad hacia ese bar y esa comunidad, pero aquella noche de luto, con detenidos y heridos, encendió una chispa que se convertiría, primero, en hito del movimiento de liberación gay y, después, en efeméride a conmemorar en muchas ciudades del mundo como el Día del Orgullo Gay (o, con más precisa y política corrección, Orgullo LGTB). En Madrid, lo que sucedió aquella noche neoyorquina en un bar de bollos, maricas y trans se ha convertido, de forma indiscutible, en su celebración por excelencia: cada año, millones de personas festejan el Orgullo en las calles madrileñas, hasta el punto de haber hecho de aquella protesta la fiesta más popular de esta ciudad.


El 17 de julio de 2008, a las nueve de la noche, un grupo de personas de toda orientación y gusto sexual se concentró en la madrileña calle de Trujillos para llevar a cabo una besada de protesta ante la sidrería Casa Parrondo, donde pocos días antes tres lesbianas habían sido insultadas, humilladas y expulsadas por su dueño, Nicolás Parrondo, reconocible por su gran mostacho y, en ese barrio, conocido entre los vecinos por sus malos modales, su prepotencia, su abuso del espacio público y sus arengas a las puertas de su tasca asturiana contra una España echada a perder de gentuza. Los de esa calle aseguraron no extrañarse lo más mínimo de que Parrondo acabara en los tribunales a los que le conducirían las ciudadanas lesbianas agraviadas, que se veía venir. (Es lo que tienen los estados democráticos frente a los regímenes de bigotes).


Sucede que unos días antes, Parrondo (Fachondo, lo llamaban ya) había invitado a las tres lesbianas a abandonar su bar porque dos de ellas se habían dado un pico (¡cómo está España!). La cosa se lio porque las del pico exigieron la hoja de reclamaciones, que les fue negada de forma reiterada y hasta que la policía hizo acto de presencia. Menos mal que las fotos de las paredes no oyen, pues, si hubieran oído las que en la tasca colgaban, regias, principescas, campeonísimas, probablemente don Nicolás (estos bigotudos siempre llevan el don: quizá el mostacho se lo dejan para eso) no se habría atrevido a gritar las palabras que dijo. (Es lo que tiene ese tipo de mostacho largo: que se ensucia con facilidad y se arrastra con servilismo). Quizá después le viniera muy bien a don Nicolás para retorcérselo nervioso al ver cómo abandonaban para siempre su local muchos clientes solidarios con las guarras, digo con las lesbianas, con las putas, digo con las lesbianas, con las cocainómanas, digo con las lesbianas, con las tías que enseñan las tetas, digo con las lesbianas (con tetas, claro). También fue siempre ocasión ideal para retorcerse los bigotes el estar sentado en un banquillo ante un juez. Ni que decir tiene si se trata de una juez lesbiana, digo una juez guarra, una juez puta, una juez cocainómana, una juez que enseña las tetas.


El caso es que aquella besada del 17 de julio fue un éxito, pues la España que Parrondo encontraba echada a perder en realidad estaba echada a ganar y no permitió fácilmente cosas tan fachas y tan feas como la lesbofobia. Un éxito tal que las lesbianas agraviadas y sus afines, animadas también por la cercanía de las celebraciones del Orgullo, cuyo lema de ese año era precisamente la visibilidad lésbica, acabaron toda la noche de parranda en Donde Pablo, un bar-restaurante de la plaza de Herradores adonde las condujo, cuando menos gayfriendly, su exquisito barman Juan Carlos. Y la besada del 17 de julio devino en una gran fiesta, porque era el tiempo en que las lesbianas celebraban, por ejemplo, que tienen tetas y que, de ahí en adelante, los fachas con bigote lo iban a tener muy difícil hasta en su propia tasca. Y desde aquel año de 2008, cada 17 de julio, se celebra en Madrid una gran fiesta lésbica: La Parrondada.

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