2008/08/17

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  • Menorca.info, 2008-08-17 # Manuel J. González

Una persona muy cercana me dijo el otro día: los paradigmas que nos creamos muchas veces nos confunden, nos llevan por caminos preconcebidos que a veces no tienen por qué ser como nosotros realmente imaginamos. Los humanos vivimos sumidos en una nube de prejuicios, nube que por un lado nos aparta de la realidad y que por otro nos empuja a nivel masivo a pensamientos comunes que derivan de conductas teóricamente repetitivas. La palabra paradigma, de origen griego, viene a significar modelo, tipo, ejemplo. En pocas palabras, el muestreo de un tipo, conducta o forma de comportamiento o apariencia que al venirse repitiendo de manera crónica en muchos de los seres humanos, se determina como definitiva, como válida.


Caminamos por la vida juzgando a los demás, en muchos casos incluso vetándolos como iguales nuestros. Es triste que sea así, pero las religiones, las razas, los territorios, hasta el sexo, han acabado por situar a la raza humana en el punto en el que estamos. A veces odiamos a un ser cercano por el simple hecho de que pensamos que el es de una manera que no es la correcta, cuando es muy probable que no hayamos analizado el hecho de porque es así o si realmente no es como pensamos que es.


Gays, lesbianas, punkies, heavies, tatuados, psicodélicos, emos, siniestros, abogados, políticos, payasos, vagabundos, pobres, ricos, etc, etc; todos humanos, aunque distantes por condición social. Está claro que cuando juzgamos al prójimo lo hacemo s a través de informaciones que nos llegan indirectamente; nosotros no sabemos con certeza si el vecino de al lado se ha acostado con la prima del carnicero, que a su vez está casada con el hermano de dicho vecino; simplemente nos lo han contado y hemos acabado por pensar: qué cerdo el tío!


Prejuzgamos tantas veces al día que vivimos en un mundo irreal, fantasioso, ciertamente apocalíptico frente a las ideas de la verdad. Nos obcecamos cuando caminamos por la calle: “mira a ese mariconazo cómo camina” o “j..., esa lesbiana con cara de camionera”; “has visto ese gitano de mierda con su cara de yonqui”; y así podría llenar varias páginas de este respetado periódico.


Recuerdo hace años, cuando todavía no contaba con 20 años, aterricé en el aeropuerto de Menorca y la Guardia Civil me detuvo para revisar mi equipaje y mi persona. Mi melena por aquellos entonces era de las que creaban escuela y claro, supusieron que llevaba marihuana o quizá algo de chocolate, quién sabe. Fue la primera de una serie de repeticiones que confirman mi teoría de los paradigmas. Quizá si hubiera vestido de Armani y hubiera llevado un maletín de 300 euros, todo hubiera sido diferente, aunque yo hubiera sido la misma persona.


A mi padre le pasó algo parecido, ya que siempre llegaba temprano al aeropuerto y se ponía a curiosear. La Guardia Civil lo observó con su barba y con ese aspecto de bohemio pasota que acabó por hacer pensar a los agentes que mi padre podría ser primo hermano de Bin Laden.


La conclusión de mis palabras es sencilla: creo que todos, me incluyo en el grupo, deberíamos intentar mejorar esos paradigmas que probablemente lleven a la raza humana a su extinción. Pueden pensar que mi afirmación es radical, pero sinceramente la siento desde lo más dentro de mí ser, ya que en el fondo no deja de ser otro de esos paradigmas que hasta la fecha no han conseguido ser sustituidos por paradigmas más prácticos.

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