2008/08/21

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  • No era cosa nuestra
  • Noticias de Alava, 2008-08-21 # Miguel Sánchez-Ostiz · Escritor

En Madrid está en coma, a causa de una brutal paliza, un periodista y profesor de nombre Jesús Neira que se atrevió a intentar socorrer a una mujer que, según todas las evidencias, estaba siendo agredida por su pareja en plena calle, a las puertas de un hotel, en un barrio pintxo . El periodista estaba equivocado. Lo que aquella pareja se propinaba eran ardorosas pruebas de amor y hasta es posible que estuvieran practicando fantasías sexuales de última hornada que sólo resultan intolerables a los puritanos. La equivocación o la falta de información pueden costarle a Jesús Neira la vida.


Y es que el amoroso maromo que zarandeaba a la mujer, al ser interpelado por Neira, le propinó a este tal paliza que tres días después era ingresado en estado de coma en un hospital, estado en el que sigue. Neira invadió la privacidad ajena, aunque la escena se desarrollara en la vía pública y en sí misma tuviera elementos que, mal interpretados claro, podrían resultar delictivos.


Hay que tener mejor ojo con las relaciones ajenas y sobre todo considerar que prestar ayuda, en determinadas circunstancias, como la de ver golpear a una mujer en plena calle, no son asuntos nuestros y no nos obligan a nada. ¿O sí? ¿En qué circunstancias? Los matones de presencia amedrentadora suelen contar con que el público se abstiene de intervenir en sus fechorías por miedo a ser pateados.


Claro que también podría haber sucedido que retorciendo como suelen retorcerse los asuntos legales, Neira, de no haber actuado y pedido con urgencia auxilio ajeno , podía haber sido acusado de omisión del deber de socorro. Y es que nuestro Código Penal todavía sanciona un deber de socorro en situaciones de desamparo y peligro manifiesto cuyo cumplimiento en determinadas circunstancias es cada vez más peliagudo. A ver quién es el guapo que en una situación de violencia callejera no advierte riesgo propio y se manda mudar, sin pedir auxilio y sin gaitas.


El horror de una sociedad se revela en hechos como éste que se repiten con una inquietante regularidad: personas que por el hecho de prestar ayuda o defender lo que creían justo han recibido palizas de muerte.


El sucedido en Madrid es un hecho nada banal en el que llaman la atención varios detalles. De entrada, la actitud de la perjudicada en la que se advierte un intento inmediato de fabricación de pruebas en aras de una defensa que persiga una sentencia exculpatoria o benévola para el agresor de Neira.


La propia agredida no solamente se niega a presentar cargos contra su agresor, sino que hace gala de pedir certificados médicos, que seguramente habrá ya conseguido, para probar que no tiene marcas de haber sido agredida, de manera que la víctima quede como un entrometido que se metió donde no debía. Hay un fondo cenagoso en este asunto que salpica a quien se asome. La agredida, que no lo es, está muy mal psicológicamente.


El caso es que a Jesús Neira le han pateado delante de su hijo por meterse donde no debía. Porque el que la mujer fuera zarandeada o maltratada en plena calle, a las puertas de un hotel y delante de otros testigos, gente honorable que tal vez acuda como testigo y tal vez no, pero que consideraron que aquello no iba con ellos y que, eludiendo el deber de socorro, consideraron que aquello era un espectáculo al que convenía asistir a prudente distancia, por lo delriesgo propio , para después comentarlo, y que lo de pedir auxilio sólo sirve para meterse en líos : que si denuncias, que si juzgados, que si papeles, que si juicios que no sirven para nada, nada, oye, tú, a casa, tranquilo, allá cada cual...


Neira se tenía que haber limitado al papel de espectador y hacer como todo el mundo, y luego, con el vermú y las aceitunas rellenas, comentar lo mal que está el mundo, que hace falta mano dura y hasta que con Franco vivíamos mejor. Es del dominio público que no corren buenos tiempos para el quijotismo, y que el Quijote, en el mundo de las fieras y de los listos, no pasa de ser un bobo, alguien condenado a ser pateado de manera impune, por no ser fiera, por no ser listo, por no echar por delante la famosa leyenda caballeresca de la época: Yo no me juego la vida por nada ni por nadie .


Ahora resulta que, según los testigos del agresor, transformado por arte de birlibirloque poco menos que en agredido, es una excelente persona que después de haber sido detenida en posesión de cocaína y de ser formalmente inculpada, se va a la playa a quitarse el estrés por la fechoría cometida, porque es politoxicómano, asunto éste que también vendrá en su ayuda a la hora de defender lo indefendible. Por fortuna está acusado de homicidio en grado de tentativa, acusación susceptible de ser ampliada.


Por otro lado, es llamativa la atención médica recibida por Neira. Resulta que tras su agresión tuvo que peregrinar de un hospital a otro sin que le practicaran las pruebas necesarias que podrían haber impedido que entrara en coma a causa de un derrame cerebral y un encharcamiento pulmonar. Mete miedo ponerse en la piel de esa persona. Mala suerte de nuevo. Demasiada mala suerte.


Yo me pregunto no ya qué podemos hacer en un caso semejante, aparte del muy preventivo cruzar los dedos para no vernos en esas, sino qué haría yo. Y no sé responder a esa pregunta. No sé lo que mi conciencia y mi prudencia me dictarían en un caso así. No sé si intervendría, si pediría ayuda, si miraría para otra parte considerando que no es asunto mío o si haría como los espectadores del hotel de Majadahonda, quedarme a ver el espectáculo callejero. No lo sé, no puedo saberlo de antemano, como tampoco sé si en el caso de padecer una agresión es posible que no me ayude nadie porque eso sólo me concierne a mí y a mis agresores. Un hecho desgraciado como el padecido por Jesús Neira nos confronta con lo que de verdad somos, en secreto, al margen de palabrerías de guapetones, y lo que vemos en ese espejo oscuro no es muy reconfortante.

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