2008/01/25

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  • "No quiero morir en Nanclares"
  • Cuatro reclusos de la prisión alavesa con enfermedades en fase terminal siguen encarcelados porque ni su familia ni ninguna institución les acoge en sus últimos días
  • El País, 2008-01-25 # Eduardo Azumendi · Vitoria

La cálida tarde de invierno invita a pasear por el campo. Y eso es lo que más anhela Josu. Sus únicos paseos son los que da en la celda hospitalaria y los estrechos pasillos de la cárcel de Nanclares. Pese a que ya podría estar en libertad, sigue recluido. Jesús María del Río, 34 años, más conocido como Josu, lleva encarcelado desde 2004, sufre sida en fase terminal, agravado por una hepatitis crónica y un tumor en la garganta, del que está siendo tratado. Plenamente consciente de que los meses que le quedan de vida están contados, sólo aspira a pasar los últimos días fuera de la cárcel.


Instituciones Penitenciarias prevé para casos como el suyo aplicar el artículo 104 del Reglamento Penitenciario, que permite la excarcelación de enfermos incurables siempre y cuando tengan a alguien que les acoja en el exterior, sea su familia o una institución benéfica. No es el caso de Josu. Nadie le espera tras las rejas; nadie le ha ofrecido una plaza. "La esperanza es lo último que se pierde", dice resignado. "La cárcel es muy dura, pero también los rechazos que sufres hasta para buscar un sitio para morir. No me quiero morir en Nanclares", recalca.


Otros tres presos de la cárcel alavesa están en su misma situación: enfermos terminales, podrían dejar el penal, pero nadie quiere hacerse cargo de ellos. Y dado que su muerte no es inminente, tampoco pueden ser enviados a un hospital, al que podrían acudir en sus últimas horas, pero no uno o más meses.


Son los casos extremos de una lista de reclusos que sufren enfermedades graves, pero que aguantan. José Ángel Martínez de Bujanda, Txarly, el cura de Nanclares, ha sido el primero en criticar la situación. Los médicos de la cárcel son quienes proponen aplicar el artículo 104 a un preso incurable. La petición pasa a la junta de la cárcel y se traslada a la Dirección de Instituciones Penitenciarias, que estudia el caso y lo aprueba o no. El preso tiene que tener antes previsto dónde va a ir. "No se le puede aplicar para que después se muera en la calle. En el caso de Josu y otros tres reclusos se les concedería el 104 de manera automática. Llevamos meses buscándoles un alojamiento, pero no hay manera", dice el capellán. ¿Y su familia? "La familia no quiere hacerse cargo".


"Si esto sigue así, están condenados a morir en la cárcel", razona con un punto de enfado.


Alfredo Bienzobas Gárate, de 55 años, ya no puede valerse por sí mismo. El sida le está devorando. Ha cumplido ya cuatro años y medio en las cárceles de Valdemoro y Nanclares, y uno más en Francia. Todo por "tráfico de armas", dice lacónico. "Lo único que quiero es salir de esta puta mierda de cárcel de una vez", se rebela. "Me aplican el artículo 104, pero sin nadie fuera, ¿a dónde voy así?" Vizcaíno de nacimiento, el equipo de tratamiento de la prisión lleva seis meses buscándole algo en Vizcaya sin resultado. "Me dicen que todo está saturado. No hay más".


El último revés lo sufrió el pasado 27 de diciembre, cuando una institución alavesa le mandó una carta denegándole una plaza por "la carencia de un alojamiento adecuado a las necesidades psicofísicas del solicitante". Y Txarly se pregunta: "¿No hay alojamiento adecuado por ser una persona presa? ¿No hay sitio para nadie que es dependiente y no puede valerse por sí mismo?" No pide ningún privilegio. "Lo único cierto es que una persona se va a morir dentro de la cárcel porque no hay sitio para él fuera de ella".


Los presos saben lo que hay, pero algunos no pueden evitar enfadarse. "Me encuentro con una enfermedad incurable y no hay ningún sitio a dónde ir", expone Josu. "Si tuviera a alguien en la calle, no estaría en la cárcel. No me queda más remedio que aguantar y esperar a ver si sale algo. Me haría ilusión salir, aunque se va pasando a medida que transcurren los días sin noticias", dice Josu.A los tres años que lleva en Nanclares, suma otros cuatro en otras prisiones. Todos por robo. "Sólo espero salir, al menos en los últimos días y adaptarme donde me reciban". Alfredo Bienzobas también desearía un paseo y una cerveza.


Al menos, Alfredo cuenta con un "asistente personal" dentro de la cárcel. Es otro recluso, L. R, de 38 años, con buena salud y que se ocupa de la celda hospitalaria. "Sólo devuelvo lo que en su día otros compañeros hicieron por mi. Me llena ocuparme de Alfredo y de las otras personas que hay en la enfermería. Se les ve voluntad de aguantar hasta el último minuto. Mi ilusión es que no sufran". L. R. acompaña a Alfredo, muy cansado, de nuevo a la celda. Josu les sigue. La puerta de la cárcel vuelve a cerrarse. Ya es noche cerrada.


Un penal cuestionado
La cárcel de Nanclares, un edificio inaugurado en 1981 aprovechando la estructura montada durante la Guerra Civil para un campo de trabajo, ha tenido de todo menos un discurrir tranquilo. La existencia de la activa asociación en apoyo de los presos Salhaketa hace que no le quite el foco de encima, a diferencia de lo que ocurre con otros penales del Estado, donde las muertes naturales y los suicidios pasan más desapercibidos.


En los últimos tres años, los informes de Instituciones Penitenciarias han contabilizado un total de 13 muertes en la cárcel alavesa. Unas se produjeron de forma natural, otras por suicidios y algunas por causas que no se han aclarado y que están bajo investigación judicial. El hecho de que cuente con más de 670 presos (550 es su capacidad máxima) contribuye al deterioro de las condiciones de vida, según Salkaketa.


La ejecución del cuestionado nuevo penal para Álava proyectado por Instituciones Penitenciarias podría duplicar la población de presos en la provincia con una nueva macrocárcel.

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