2008/01/14

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  • ¿Qué nos ha pasado?
  • El Diario Vasco, 2008-01-14 # Tomás Muro Ugalde · Presbítero

Finalizando el año 2007 fallecían dos notables sacerdotes, que trabajaron mucho y bien en nuestra diócesis: don Pedro Jimeno y don José María Gorría. Ante todo una palabra de agradecimiento, que de bien nacidos es ser agradecidos. Don José María Gorría fue educador de centenares seminaristas en los años mediados-finales de los 50 y en la década de los 60. Don. Pedro Jimeno fue un digno rector de nuestro Seminario, que, por disposición del entonces obispo, don Lorenzo Bereciartúa, hubo de cerrar en 1965 prácticamente todo el teologado de nuestro seminario; en términos coloquiales hubo de cerrar el seminario.


Aquel cierre de 1965 supuso el momento álgido de la gran crisis de la que todavía no hemos salido. Los ríos bajaban crecidos y las aguas rápidas en el orden ideológico, socio-político, en el ámbito cultural con el mítico mayo del 68, y no menos en lo eclesiástico, teológico y pastoral. En 1965 se clausuraba el oxigenante concilio Vaticano II, comenzando su andadura, no siempre llevada por los mismos rumbos.


El tsunami era inevitable
Unas cuantas consideraciones nada más que para alguna reflexión. Por aquellos años sobrepasábamos los 500 seminaristas en nuestra diócesis que contaba con 750 sacerdotes Hoy no hay ningún seminarista y la diócesis cuenta con -aproximadamente- 315 presbíteros con una media de edad de 70 años. Podríamos hacer nuestro aquello que ya decía el profeta Daniel: En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocaustos, (Dn 3,37-39).


¿Qué nos ha pasado en estos cincuenta años? Nos lamentamos con un cierto pesimismo de que no hay curas, y es verdad. Pero en la siguiente cota detectaremos que el descenso de ministerios en la diócesis es debido a que, tal vez, hay menos cristianos de los que nos creemos. Y si nos elevamos y profundizamos a un nivel superior, quizás nos demos cuenta de que somos hijos de las corrientes que nos vienen del siglo XIX y que nos han sumido en un enorme vacío existencial. Todo ello puede significar que tal vez aquel «techo cultural» cristiano que cubría el existir de nuestro pueblo, ya no es tenido como valioso (valor).


En la Europa occidental y en nuestro pueblo estamos sumidos en un hondo nihilismo, (nihil significa: nada). Algunas ideologías han ocupado el espacio y las neuronas que en otros tiempos las configuraba el evangelio. Sociológicamente nuestra cristiandad se ha ido replegando a sus cuarteles de invierno eclesiásticos (lo eclesial es, gracias a Dios, otra cuestión). Si en otro tiempo fuimos una Iglesia poderosa (¿Una Iglesia de Jesucristo puede ser poderosa?), e «íbamos a la cabeza del grupo», que dice algún salmo, hoy ciertamente, no.


Hasta aquí hemos llegado. Pero quedarnos aquí sería una triste lamentación y no precisamente de Jeremías. En todo caso sería un asunto meramente «intraeclesial».


Dejemos que las preguntas sigan su curso
Con el aparcamiento del cristianismo, ¿no habremos bajado muchos enteros en valores, incluida la vida, en todas sus perspectivas? ¿Es cierto que a menos religión y cristianismo más libertad, progreso y convivencia, por ejemplo? ¿Un pueblo es más progresista cuanto menos cree?


Si «Dios ha muerto» (Nietzsche), ¿no habrán surgido otros dioses-ídolos? El derrocamiento del Decálogo del Sinaí ¿supone que la ética y la moralidad quedan en manos de las ideologías, de los votos y de los parlamentos, etc?, ¿quién dice, quién puede y tiene que decir y decidir lo que vale la pena en la vida, cuál es el sentido del existir humano, qué es bueno y malo? ¿El concepto -realidad- de Democracia será capaz de sustituir y reemplazar sensatamente las Bienaventuranzas del Evangelio o del pensamiento cristiano?


El nihilismo que nos embarga no crea identidad, ni verdad, ni ética (la crea en una cierta línea), ni belleza. La nada lo nihiliza todo. Cabría pensar si la compleja y difícil situación que vivimos: socio-política, situaciones familiares, depresión como enfermedad de ausencia de valores, cuando no situaciones más trágicas, etc no tiene sus raíces en el hundimiento de un esquema cultural-religioso. Es momento de activar la esperanza. No se trata de añorar tiempos pasados que no van a volver ni en lo político-social, ni en lo eclesial. ¿Dónde y cómo intuir el futuro? La debilidad no es un delito, y nuestra debilidad eclesial, tampoco. Aceptemos serenamente nuestra fragilidad.


Pensemos las cosas y seamos serios. En nuestro pueblo abundamos en científicos, tecnología, pero quizás no andamos sobrados de pensamiento. Seamos serios. El ateísmo del que presumimos no es tal, sino más bien se trata de una enorme superficialidad.


¿Qué es lo que crea vida? Toda semilla tiene vida y no muere. La simiente que se nos ha transmitido: el Evangelio, es Verdad y Vida. Ahí hay vida. (Jn 6.).

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