2008/02/14

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  • Día de San Valentín: Días de amores
  • El Diario Vasco, 2008-02-14 # Isabel Ibáñez

El pobre Hilario Camacho, descanse en paz, tenía canciones preciosas: «Tristeza de amor, / un juego cruel, / jugando a ganar / has vuelto a perder...». Sabía él que en las cosas del querer lo importante es participar. Hoy es San Valentín y la humanidad se divide no en dos, sino en tres: los que compran flores, los que sonríen cuando ven a los primeros y los que farfullan entre dientes algo sobre el corte inglés. Pero este reportaje va de eso, con permiso de los que jugaron sin suerte, de los que perdieron su premio y dejaron el vicio, y de los que siguen apostando. Tres parejas que no se emocionan demasiado con el santo enseñan las reglas. La música ayuda, en serio.


Consuelo y José. 82 y 87 años. Casados tras enviudar: «Hasta que la muerte nos separe»


En el bar 'Oh la lá' de Barakaldo hay un matrimonio que cada día celebra su unión como si fuera el último y no hay mayor verdad que ésta. Expertos en el arte del amor son Consuelo Cueto, 82 años, y José Ostiz, 87, dos viudos que se casaron hace 14 años. Ella, picando de su pan verde para hacer la digestión, pide un zurito sin alcohol, y él, bocatita de jamón y un Rueda. Ésa es su fiesta particular, así de sencilla puede ser la felicidad. Primera lección.


Asturiana y niña de la guerra, Consuelo vivió medio siglo en Rusia. Haciendo acrobacias en el instituto conoció a Yuri, se casó con él, tuvo un hijo, tres décadas después quedó viuda y en 1991 se vino al País Vasco. Él, de Barakaldo de siempre, perdió a su mujer Piedad en 1993. Meses después, viajó con el Imserso a Benidorm y... Así lo cuenta Consuelo: «Flechazo. Es un hombre buenísimo. ¡Si aún no estábamos casados y puso la cartilla a mi nombre -sólo viudas y jubilados conocen la importancia de la dichosa 'cartilla'-. Yo tenía tres o cuatro que me tiraban los tejos, alguno incluso me enseñó que tenía 30 millones, pero a mí el que me gustaba era éste. Nos intercambiamos los teléfonos, pero él debió perder el mío -le dice mirándolo con ojos de niña-, así que fui yo quien llamé. Se puso muy contento». Y así se acuerda él: «Se quedó con el más pobre. A mí me gustó porque tenía mucha labia y porque pensé que al ser pequeña podría dominarla, pero ¡ay! cualquiera domina a ésta (¡increíble! la octogenaria Consuelo aún es capaz de hacer el spagat en el suelo de la cocina, y a ello se entrega mientras habla su marido). Cuando me enteré de que hacía cosas como ésa me dio miedo, pensé que me rompería una costilla. Yo me contento con poder recorrer cada día 40 veces el pasillo, la mitad de puntillas, la mitad de talón».


Ella le canta canciones en ruso. Le dice 'mílinki' (cariño), y el le contesta «'pa' tu tía. Por si acaso». Ríen. Segunda lección: La clave de lo suyo es mezclar optimismo, buen humor y amistad, sin olvidar el sexo. «Ella vivía en Rentería y me acerqué hasta allí... aquella noche resolvimos bien. Primera cita, aprobado. Hoy estamos con la pitopausia, pero entonces...» «Ja, ja, ja, calla, calla -salta ella-». «Mírala, si lo mismo me fríe una camisa que me plancha un huevo». Claro que lo más importante, señalan, es tener una ideología parecida, así se discute mucho menos. Ambos son rojos convencidos, pertenecen al Partido Comunista desde hace más de 60 años: «Es lo principal, una visión similar, porque como yo hablo tanto de Rusia cualquiera me aguanta».


También hubo petición de casamiento. Él le dijo 'oye, ¿nos casamos?' y ella le contestó 'vale'. «Y así hasta que la muerte nos separe», dice él. No sería la primera vez que pasaran por ese trance. Pero de eso hace ya mucho, aunque la foto de la primera boda de José siga colgada en el salón, recordatorio en blanco y negro de una vida anterior. «A mí no me molesta nada», dice ella. Brindan con vino dulce de Oporto, se miran y mientras les sacan la foto, se dicen cosas como éstas: «Hoy es San Valentín, y como tú estás enamorada de mí y yo de ti, brindemos pues. Dime cuánto me quieres». «Te quieeero», contesta ella. «Pues yo a ti un mogollón, como dicen los jóvenes». Sin vergüenza. Tercera lección.


Cuando José se trajo a casa a Consuelo, «había tres viudas en el bloque y alguna se enfadó con ella», cuenta él. «Conmigo dejó el chiquiteo y el tabaco», añade ella. «La unión ha de ser para toda la vida opinan. «Hay quien cree que porque el sexo se acaba, se acaba todo, pero por la noche, cuando después de ver la tele me voy a la cama y ella me da un besito y nos decimos hasta mañana, eso es... maravilloso». Así desvela José la cuarta lección. El amor y los cosquilleos de aquellas primeras quedadas suyas siguen intactos a estas alturas, juran. «Seguimos enamorados, nunca reñimos».


Les gusta Víctor Manuel -«ése era de los nuestros»-, aunque ella le recuerda que cuando le conoció su cantinela favorita era: «Si tú me dices veeen, lo dejo tooodo...». José sale con un chiste: «Les dice Jaimito a sus amigos, 'mirad cómo imita mi abuela al lobo. Abuela, ¿cuánto tiempo hace que no...? Uuuuhh'. ja ja ja». Va a ser verdad eso de que la risa te mantiene joven. Quinta y última: en Rusia no celebran este día, pero en la casa de Consuelo y José, que está llena de matrioskas y es un cuarto sin ascensor, siempre es San Valentín.


Daniela e Ignacio. 25 y 29 años. Amores de Nicaragua:«Se ha currado que le vuelva a querer»


Así canta el fabuloso Vicentico, desde Argentina, su 'Culpable': «Dejarte no fue fácil / para que hoy vuelvas a mí / con cara de inocente / y esa voz de yo no fui / mirá que adentro mío hay un deseo de venganza / de hacer pagar tus culpas y dejarte sin fianza...».


¿Por qué los amores en Latinomerica tienen siempre tanto de trágico? ¿Por qué todo parece una novela de García Márquez? En Managua (Nicaragua) vivían, uno enfrente del otro, Daniela e Ignacio. Ella 13 años, él 17. A ella le gustaba él -«era alto y flaquito»-, pero él la veía como una niña -«es que lo era». Daniela insistió y en unos meses empezaron a salir. Ignacio la visitaba cada tarde de siete a nueve, como manda la tradición, y si ella apagaba la luz del garaje, siempre aparecía su padre para encenderla. Hasta que un día no fue lo suficientemente rápido. Al enterarse de que habían tenido su primera relación, les obligaron a casarse. Ni siquiera estaba embarazada.


«Yo tenía 14 años -cuenta la chica. Nos queríamos mucho, pero no veíamos lo del matrimonio, era tan pronto...». El mismo día, el padre de Ignacio lo fue a buscar para cruzar el río San Juan, esa maravillosa frontera natural entre su país y Costa Rica, para escapar al destino. «Pero ya estábamos firmando los papeles. Fue una boda triste». Poco después, Daniela quedó encinta y aquella niña tuvo otra niña, de nombre Igdanny, la mezcla de los de sus padres. La pareja se resintió. Ella vio la oportunidad de venir a España a estudiar hostelería y dejó a la niña a cargo de su madre. Y se quedó. Hablaba con su marido por teléfono, por e-mail, la distancia parecía estar haciéndoles bien, y hablaron de la posibilidad de que él se viniera y, aunque no quería, finalmente aceptó. «Ya había comprado el pasaje cuando, de casualidad, me enteré de que tenía un 'tentempié, una 'batida de pata'. Salía con otra. Lo anulé todo. Estuve muy mal, sobre todo porque estaba lejos de mi niña».


A pesar de todo, Ignacio se vino a Bilbao con Daniela, a la espera de poder traer a su hija. Dice él: Fue como volver a empezar, como si fuéramos novios otra vez, la relación volvió a nacer». ¿Y los cuernos, Daniela? «Yo valoro la fidelidad y él también. Hubo un tiempo de reproches, cada vez que me enfadaba lo sacaba a relucir». Si ya lo dice Vicentico: «Pensar que ya no puedo ni adorarte como antes/ porque estoy ocupado en culparte...».


Han pasado años de eso, al poco se trajeron a Igdanny, que ya tiene 9 años, y ahora incluso trabajan juntos en el bar Koky de Hurtado Amezaga, en el centro de Bilbao. «Estamos muy bien ahora. Él se ha currado mucho la relación, ha sido muy cariñoso y delicado. Lo ha dado todo. Así sí se puede perdonar». ¿Y olvidar, Daniela? «También». Y aunque Ignacio cree que lo de San Valentín es un «invento capitalista», en el fondo piensa que no está mal tener un día para celebrar su amor de novela con final feliz . Es más, en su país, las celebraciones llegan a durar cuatro días. Sin llegar a tanto, esta noche durante la cena le entregará su regalo.


Mónica y Montse, 35 y 32 años. Se casan en octubre: «Vamos a romper el armario a patadas»


Desde Nicaragua a La Ribera, un pueblo de 600 habitantes junto a Ponferrada. Allí nacieron Mónica Ramos y Montse González, aunque hoy vivan cerca de San Sebastián, en Usurbil. Son primas «segundas o terceras» -«nuestros bisabuelos eran hermanos»-, así que quién podía imaginar que cuando su familia las instaba a estar juntas alimentaba un amor que después podría resultar incómodo. Tenían 21 y 18 años cuando la muerte en accidente de un amigo común echó a una en brazos de la otra.


Mónica: «Yo siempre he sido lesbiana, lo sé desde niña, pero Montse, tú no, así que no sospechaba que pudiera gustarle».


Montse: «Te lanzaba indirectas, pero no te dabas cuenta. Hasta que te escribí aquella especie de poesía. ¿Te acuerdas? Yo soy bisexual, siempre pensé que me enamoraría de una persona, fuera hombre o mujer. Me encantaban tus ojos, luego miraba tu boca y ya me perdía, así que volvía a tu mirada...».


Mónica: «Si me pinchan cuando leí aquella carta no sale sangre. Así que el 4 de junio, en la fiesta del Corpus Christi, nos emborrachamos y te llevé a mi coche».


Allí desgastaron la cinta de Bryan Adams, la que tenía la canción del verano del 69. Han pasado 14 años y siguen juntas. Y muy contentas, a la vista de la cantidad de cucamonas que se regalan. El 4 de junio es, por tanto, su día de celebración, no necesitan 'sanvalentines'. Pero están a punto de tener otro fecha señalada: el 4 de octubre se casarán en el Ayuntamiento de Ponferrada. Ya han estado mirando anillos. Y eso que Montse era «antimatrimonio». A Mónica simplemente le daba igual.


Montse: «Cambié de idea cuando sentí rechazo hacia ti en mi entorno, y pensé que si me casaba sería un acto de rebeldía».


Mónica: «No lo creía cuando me lo dijiste. Esto va a ser romper con todo, vamos a reventar el armario a patadas».


Las familias con parejas homosexuales en su seno suelen dar las cosas por hechas para no abordar el tema, es un mundo de sobreentendidos. Así que después de 14 años y aunque en la casa de tres habitaciones de Mónica y Montse sólo hay una cama -«no es por falta de espacio»-, esta boda va a causar conmoción. Montse todavía no se lo ha dicho en persona a su madre, Paula, pero sabe que no le gustará. Deberá ir, mirarle a sus jos castaños y esperar su reacción.


Mónica: «Se lo dijo mi madre a la tuya y se llevó un disgusto».


Montse: «Quiero que venga a la boda, pero respetaré su decisión».


Pase lo que pase se jurarán fidelidad en otoño. Eso no quiere decir que, de vez en cuando, no pellizquen los celos. Mónica seguirá aborreciendo cuando a Montse le 'entran' los tíos y ésta mirará raro si alguna pretende algo con su chica. Pero así es la vida. Lo sabe Aute: «Y aunque enamorarme de ti me lo tengas prohibido, quiero bailar un 'slow' with you tonight, my love».

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