2008/03/09

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  • Vidas en positivo
  • Noticias de Alava, 2008-03-09

Cierren los ojos por un momento y piensen en ese amigo de toda la vida con el que han compartido los buenos momentos y que también ha estado ahí para ustedes en las peores situaciones actuando como apoyo incondicional. Abran ahora los ojos y piensen que les comunica su condición de seropositivo. ¿Cuál sería su reacción? La hipocresía lleva a decir a la mayoría que ninguna en especial, pero la realidad es que las personas que descubren que han contraído el VIH se encuentran con el rechazo de una sociedad que, en la mayoría de los casos, no está preparada para asumir que el sida es una enfermedad como muchas otras que existen y que como tal hay que tratarla.


Esta afección la sufren muchas personas en Álava. En su mayoría, éstas llevan a cabo una vida totalmente normalizada que podría serlo todavía mucho más si, en ocasiones, no tuvieran que ocultar el hecho de que están enfermas. Porque si bien es cierto que en la retina de la mayoría se encuentra la imagen de un afectado sin recursos, lo cierto es que esa realidad quedó atrás hace tiempo. El sida tiene dos caras, es cierto. Pero la asociada a los sectores marginales es cada vez menor frente a la de un colectivo que se integra perfectamente en la sociedad y que es capaz de afrontar el día a día como una persona que no padece dolencia alguna.


Éste es el caso de una vitoriana de 41 años -llamémosla A-, que precisamente por el tabú social que todavía existe en torno a esta dolencia, prefiere no hacer público su nombre. Ella es un ejemplo de que hay vida después del peor resultado en una prueba. Y de que las piedras que a veces se encuentran en el camino pueden superarse con tesón y voluntad. Porque prefiere anteponer el hecho de ser positiva al de tener el positivo en un diagnóstico.


Esta filosofía la llevó a superar una adicción a la heroína que duró un lustro y que le dejó hace ya 22 años dos legados: una enfermedad por entonces muy letal llamada sida y una fortaleza de carácter inaudita para superar los problemas. "Cuando a mí me lo diagnosticaron se moría la gente. Pero entonces estaba enganchada y no le di tanta importancia. Fue luego, cuando me quité, cuando asumí lo que suponía. Por entonces, sobre todo, me preocupaba por las relaciones íntimas", explica.


Pero lejos de hundirse, A miró hacia adelante y decidió que ella podría con la enfermedad y no al revés. "Rehice toda mi vida. Muchos miedos parten de la sociedad y se lucha desde uno mismo, de una posición y actitud honesta ante la vida. Yo quiero vivir y lo que viva, quiero hacerlo bien", comenta llena de esa fuerza interna que le ha llevado a triunfar.


A partir de ahí, comenzó su nueva andadura, que le ha llevado a comprarse su propia casa, montar dos negocios y ser feliz con su novio de los últimos doce años. Una circunstancia que también viene a romper el tabú de la imposibilidad de mantener relaciones estables con esta dolencia. "A nivel de pareja en ningún momento me he sentido rechazada. Mi actual pareja es seropositivo, pero también he tenido relaciones con personas sin sida", afirma.


Autoculpa
Asume que, muchas veces, no es sólo la sociedad la que inconscientemente discrimina sino que también los propios afectados se infravaloran. "El seropositivo se quita derechos y luego recapacita para superar las trabas. Caemos mucho y nos quitamos oportunidades a nosotros mismos".


Y aunque afirma que su día a día está totalmente normalizado no oculta que, en muchas ocasiones, es así porque hay que ocultar la enfermedad que les acompaña. "Hay que ser consciente de la realidad. Es una historia muy fuerte. La intuición te lleva a saber a quién se lo puedes decir y a quién no. Hay campos en los que debes esconderlo como en el seguro de vida que te piden si compras una casa, porque si no, no tienes opciones".


Por todas estas causas la receta quizás esté en no obsesionarse y asumir desde un principio que una dolencia crónica no significa que acabe siendo mortal. "Es una enfermedad de transmisión y no contagiosa, en la que tiene mucho que ver la información. Tenemos preocupaciones como pudiera tener un epiléptico o un diabético, pero pienso en mi salud como el resto". Probablemente esta positividad le ha llevado a mejorar tanto su salud que ha llegado a un punto en el que, tras doce años de medicación, le han retirado el tratamiento porque su carga viral es indetectable.


Eso le ha animado todavía más a pensar en clave de futuro. Uno en el que su pareja y ella intentarán ampliar la familia. Un sueño que, tras superar un cáncer de útero que le ha impedido hacerlo de forma biológica, tratarán de hacer realidad de todas las formas posibles. Porque ambos han demostrado ya la madurez suficiente para ser uno más en casa y su capacidad para convivir con el sida sin riesgos ni problemas. "Es importante tener proyectos, vivir con ilusión. El tener una motivación te da fuerzas para continuar". Y ella encuentra cada día miles de motivos para seguir adelante.


Algo que le cuesta un poco más a Andoni, un seropositivo que no ha tenido tanta suerte en la vida, pero que aun así ha decidido no rendirse. Y es que muchas veces, una mala decisión en un momento puntual puede pagarse muy cara durante demasiado tiempo. En ocasiones, toda la vida. Él se vio envuelto en una espiral en la que el sida se convirtió quizás en el menor de sus problemas. Reconoce que cuando le diagnosticaron el Virus de Inmunodeficiencia Humana en los ochenta su vida no cambió demasiado. Entonces y todavía hoy admite que no tiene claro si la transmisión fue por contacto sexual o por compartir jeringuilla.


Todo igual
Pero continuó con su rutina, que le llevó a coquetear con las drogas y que le dejó en jaque más de una vez. En su opinión, el primer error de los médicos fue decirle que se moriría. "Se puede mantener una vida larga y de calidad. Sólo hay que darse cuenta de que esto es una enfermedad crónica". Él asume que, en cierto modo, esto también le llevó a no tomar la medicación que le recomendaron porque, a su juicio, no servía para nada. "Yo conocía a gente que se moría con esos tratamientos, que lo único que hacían era alargar su agonía". Ahora es consciente de que todo ha evolucionado y que la medicación que él toma, le ayuda a mantener sus cargas virales en los niveles óptimos.


Eso sí, siguen siendo caros aunque aquí sean gratuitos para todos los afectados. Así que aunque ése no es un problema para él sí lo son las complicaciones de acceder al mercado laboral por su currículum. Por ello, pide que la sociedad cambie un poco el sanbenito que tiene el sida. "No hay que estigmatizarlo porque cualquier día puedes cogerlo tú. Nadie está a salvo ya que por una casualidad desafortunada pueden transmitírtelo". Pero no sólo eso, también solicita que las instituciones se impliquen un poco más económica y laboralmente para que personas como él puedan superar el día a día e integrarse en le mercado laboral.


Desde que se enteró cuando se acercaba a la treintena, los años fueron pasando entre dimes y diretes y, hace poco, Andoni decidió ordenar su vida definitivamente. Después de superar una situación médica muy complicada ajena al sida, entró en el centro de rehabilitación Besarkada Etxea, donde ya lleva dos años y cuatro meses. Eso le ha servido para encontrar una estabilidad que asume que es necesaria para convivir con la enfermedad. "Llegué con 54 kilos y ahora peso 72. Ha sido una nueva vida para mí. A lo que más importancia le doy más que a la medicación es a tener una rutina estabilizada, que es lo que juega un papel relevante para llevar una buena vida si eres seropositivo".


En clave de futuro
Ahora echa la vista atrás intentando pensar qué habría pasado si un buen día hubiera decidido no compartir una jeringuilla o usar un preservativo y, desde la experiencia, anima a la gente a que tome medidas. Es la eterna pregunta que ofrece a todo el mundo un pasado en el que hubo una disyuntiva y en el que se optó por el camino que luego resultó no ser el deseado. Y a lo mejor, por ello, prefiere no mirar al pasado "porque ya no sirve de nada y no me voy a arrepentir de haber vivido la vida".


Una que desde luego no ha sido de esas de película, pero que no evita que él piense en un futuro positivo donde pueda lograr nuevos objetivos. Al fin y al cabo, Andoni todavía tiene 50 años y mucho por delante. "En esta casa estoy muy a gusto, pero no quiero permanecer siempre aquí. Espero poder salir, buscar un trabajo y seguir por mi cuenta. Y quién sabe, igual salen medicaciones que curen el sida porque dinero sí que se dedica a investigarlo".


Cierren ahora los ojos y piensen que estas personas podrían sentarse hoy al lado suyo en el autobús, acudir a solicitarles un empleo o pedirles simplemente un cigarrillo. Abran ahora los ojos y afróntenlo sabiendo que esto no es el fin del mundo, ni mucho menos. Porque unas pastillas no deberían servir para establecer barreras, sobre todo cuando el único matiz para que sean discriminatorias es el nombre de la enfermedad que palian. Y porque la palabra sida debería poder decirse ya en voz alta sin temor a represalias porque hoy en día no es sino una enfermedad crónica más, como muchas otras.

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