2008/04/09

> In memoriam: Manuel Francisco Reina > MIGUEL DE MOLINA: UN SIGLO DEL MITO

  • Miguel de Molina: un siglo del mito
  • ABC, 2008-04-09 # Manuel Francisco Reina

Tal día como mañana hace un siglo, un diez de abril de 1908, nacía en Málaga, en el seno de una familia andaluza muy humilde, Miguel Frías de Molina, curiosamente el mismo año que naciera el más importante autor de las letras de la copla, Rafael de León, de quien sería amigo y cómplice entrañable. Según cuenta él en su propia biografía, un libro emocionante y desolador a un tiempo con el título de «Botín de Guerra», difícil de conseguir en estos tiempos de la inmediatez y el «burdoseller literario» en el que el fondo ha desaparecido prácticamente en las librerías, Miguel Frías, conocido para la posteridad como Miguel de Molina, abrió los ojos al mundo en una España donde habitaban la pobreza, los terratenientes, la superstición y la miseria que acabarían detonando en la nefasta guerra civil. El joven malagueño aprendió con tenacidad y un espíritu inquebrantable la dureza de la vida muy pronto ya que su padre era epiléptico y pasaba los días postrado en la cama, y las mujeres de la familia: su abuela, su madre y sus cuatro tías, que lo rodearon siempre, se afanaban con esfuerzo en sacar adelante la familia sin la contribución paterna dado su estado de salud. A los 13 años, Miguel toma la decisión de marcharse del hogar familiar. Su vida se convierte en ese momento en un puro avatar: en Algeciras consigue trabajo en un burdel regentado por una mujer conocida como «Pepa la Limpia». Esta y su amante, encariñados con el muchacho, invitan a Miguel a viajar a Granada para presenciar un espectáculo organizado por Manuel de Falla y Federico García Lorca, en el que, por cierto, el primer premio de flamenco se lo llevase un jovencísimo y desconocido Manolo Caracol. Aquel viaje sería una revelación para Miguel, y punto de inflexión en su vida para decidir lo que quería ser.


A la gran admiración por Lorca, a quien conocerá personalmente más adelante, entablando amistad con él, se une el descubrimiento del género musical de la copla, absoluto rey del momento y banda sonora sentimental de los españoles desde mediados de los años 20. Decidido abandona el burdel de Pepa, viaja a Tetuán y de allí a Granada y Sevilla donde organiza espectáculos para los turistas. El año de la proclamación de la república es cuando Miguel Frías se decide a dedicarse profesionalmente al mundo del espectáculo, convirtiéndose a partir de ese momento en Miguel de Molina y popularizando canciones como «El día que nací yo» y «Ojos verdes», a cuyo nacimiento asistió. Cuentan y se tienen datos de que en el café de Oriente de Barcelona, en una mesa con Federico García Lorca, Rafael de León y Miguel de Molina, se escribió la letra para el cantante malagueño, aún sin música, o al menos Miguel se la pidió a su autor y amigo. Miguel de Molina se enfadaría mucho al verla cantada por otras intérpretes como Blanquita Suárez, que tampoco fue la primera en interpretarla ya que se estrena en plena guerra en la voz de Rafael Nieto, y Estrellita Castro, en versión retocada por el autor Salvador Valverde, aunque, como si fuera una cosa de destino, la canción no sería un éxito hasta que la cantara Miguel en 1939, razón de la reconciliación de los amigos.


Al mismo tiempo Miguel obtiene un gran éxito bailando el «Amor Brujo» de Falla ya que es un artista de composturas muy finas, que rompe moldes utilizando chaquetillas muy ajustadas y floreadas, que nunca ocultó su homosexualidad, marcando su enorme personalidad y cantando muchas de las coplas en masculino, como «Ojos verdes» o «La falsa monea», que cuentan que salía a cantar con el torso desnudo, o sólo cubierto por unas monedas pegadas, lo que le da fama en la época republicana, y le causa persecuciones después. Miguel triunfa en Madrid, Barcelona y Valencia donde alcanza su madurez y consagración artística. El estallido de la guerra civil le coge rodando su primera película en Barcelona, que nunca sería estrenada como represalia, y se entrega a la labor de animar con sus espectáculos a las tropas republicanas, lo que le costaría con la dictadura muy caro.


En la España ya franquista Miguel de Molina recibe la visita de un empresario, miembro del Movimiento, quien le obliga a firmar un contrato para actuar por toda España. Si no acepta las condiciones, se le prohibirá trabajar y su pasado como artista en las tropas republicanas le pasará factura. Cuando lleva un año junto a otra compañera actuando para este empresario, aunque sabe que detrás hay alguien más importante, decide no renovar el contrato y así lo comunica a su interlocutor. Recibe esa noche una visita de tres individuos que le obligan a subir a un coche manifestándole que tienen orden de llevarle a la Jefatura Superior de Policía pero el vehículo seguirá hasta un descampado del Paseo de la Castellana donde Miguel de Molina es brutalmente torturado: le arrancan el pelo a jirones, le rompen varios dientes y le desfiguran completamente la cara mientras le gritan «esto por rojo y maricón», como aseguran que pasó en el caso de Federico García Lorca, antes de fusilarlo. Probablemente quienes le propinan la paliza lo dan por muerto, razón por la que salva, a pesar de las lesiones, la vida. Recibe una notificación para ser confinado en Cáceres y de ahí pasará a Buñol, donde se le prohíbe trabajar. Consigue de un amigo un pasaporte para viajar a Buenos Aires, y se exilia. En la capital argentina triunfa allá donde actúa y adquiere una casa. Sin embargo un día recibe una orden de que debe abandonar el país, por orden de la embajada española, y es extraditado sin más explicaciones. Cuando vuelve a España se ve obligado a malvivir y descubre que todas sus desgracias: la explotación en las actuaciones durante los primeros años del franquismo, la paliza, la prohibición de actuar, su expulsión de Buenos Aires, etc. se deben a un mismo personaje: un alto funcionario de Asuntos Exteriores del gobierno de Franco al que no conoce ni ha visto jamás.


Huye entonces a México y vuelve a sucederle lo mismo: Miguel de Molina está teniendo un notable éxito allá donde actúa, pero los teatros son controlados por un sindicato que preside Jorge Negrete. A partir de ahí se le intentan «reventar» algunos espectáculos; colocan petardos en sus actuaciones e incluso una de ellas es interrumpida con grandes gritos por el secretario de Negrete: ni más ni menos que Mario Moreno «Cantinflas». Por fortuna para el artista, el gobierno de Argentina cambia y Miguel de Molina recibe una llamada de Eva Perón para que actúe en Buenos Aires en un festival benéfico. Hasta allí viaja Miguel y le cambia la vida. Firmará contratos con multitud de empresarios y trabaja holgadamente.


En 1957 vuelve a España y recorre toda la geografía española actuando, aunque tiene que aguantar todas las crónicas que en su contra se escriben por su condición de homosexual y republicano, con toda clase de mofas y desprecios, por lo que regresa a Argentina, entristecido, para no volver a España, donde murió, y fue enterrado en el cementerio de la Chacarita con grandes honores, lejos de su Málaga natal, que hoy trata de recuperar sus restos en el centenario de su nacimiento. Lo que resulta indudable es que Miguel de Molina, un siglo después, es el gran mito, la enorme figura de la Copla española, por encima de las vicisitudes y las pruebas de la vida. Quizá como en la copla «Antonio Vargas Heredia», podría achacársele aquello de que era «El más arrogante y el mejor plantao, y por los contornos de Sierra Morena, no lo hubo más guapo, más bueno ni honrao».

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