2008/07/27

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  • Bendita laicidad
  • Noticias de Alava, 2008-07-27 # Adolfo Yáñez

Hay conceptos que todos utilizamos y que cada cual entendemos a nuestra manera. Para hablar de ellos, lo primero que debiéramos precisar es el significado exacto que les damos. Yo me apresuro a decir a mis lectores que, por laicidad, entiendo un marco de relación en el que los ciudadanos podemos entrar sin tener en cuenta temas que sólo conciernen a nuestras íntimas convicciones. Creo que laicidad es sinónimo de tolerancia entre personas desiguales ideológicamente, pero que desean convivir en paz. En contra de lo que algunos piensan a veces, ser laico no equivale a sentir fobia contra lo sagrado ni, muchos menos, obliga a fusilar curas o a incendiar iglesias. El laicismo (apoyo a la laicidad) preconiza la propia independencia y el respeto ajeno, viendo en cada hombre o mujer a un ser libre, sin que importen la etnia a la que esa mujer o ese hombre pertenezcan, el partido político al que voten o las convicciones que aniden en su espíritu. En la sociedad existen ámbitos comunes que la laicidad hace cómodos y ámbitos que deben permanecer en el sancta sanctorum que los humanos llevamos dentro. Ni laicidad ni laicismo pretenden erigirse en púlpito de dogmas ni obligan a postulados ideológicos concretos, limitándose a permitir la reflexión sobre asuntos que nadie debe imponernos desde su propia óptica o su propia verdad.


Dicho cuanto antecede y teniendo en cuenta la diversidad de gentes que hoy componen el tejido social español (una diversidad que acrecentarán los millones de inmigrantes que están llegando para quedarse entre nosotros de forma permanente) o convertimos en laica nuestra sociedad o la convivencia en España será imposible. No hay peor enemigo de un dios que los otros dioses y no podemos confiar a la voluntad de una divinidad determinada las leyes que han de regirnos en escuelas, parlamentos, calles, hospitales, cuarteles, etcétera. Las religiones y divinidades que se sintiesen postergadas no tardarían en declarar guerras santas contra el dios que pretendiera imponerse a los demás. Esto debemos tenerlo en cuenta todos, pero muy en particular los ámbitos que se reclaman de un catolicismo hoy poco vigoroso que ve sus seminarios vacíos, sus iglesias con fieles escasos y envejecidos, sus monasterios cerrando o a punto de cerrar, su influencia cada vez menor en la vida y en el alma de los españoles. No ha sido ningún decreto gubernamental ni persecución laica alguna los que han vaciado los templos y los que han hecho que la gente se aleje de la Iglesia Católica. ¿Ha sabido la Iglesia actualizar su mensaje y ha sabido hacerse atractiva a los jóvenes y a los ciudadanos del siglo veintiuno? ¿La Iglesia se siente con fuerza para imponer ahora en España y en Europa sus dogmas sobre los dogmas de otras confesiones que parecen gozar de un entusiasmo mucho mayor entre los propios fieles? ¿No será la bendita laicidad la que más le convenga a ella y más nos convenga a cuantos anhelamos seguir creyendo en nuestro fuero interno lo que mejor nos plazca?

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