2008/07/29

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  • El cerebro sexual
  • La Opinión de Murcia, 2008-07-29 # Manuel Adolfo Martínez Pujalte

Las agresiones homófobas se han multiplicado casi un 30% en sólo tres años en nuestro país, según ha señalado el Colectivo de Gays, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales de Madrid (COGAM), tras efectuar un sondeo sobre esta modalidad de violencia en España. Este alarmante fenómeno evidencia que pese las muchas campañas instando a la comprensión y la tolerancia con quienes tienen distinta orientación sexual, todavía existen numerosas mentes impermeables al positivo contenido de las mismas y se empecinan en insultar e infligir vejaciones a sus estigmatizadas víctimas. Creo que los prejuicios contra este tipo personas, tan respetables y dignas como las demás que somos heterosexuales carecen de fundamento y son rechazables tanto desde el punto de vista ético como científico.


Baste citar al respecto que en fechas recientes, investigadores del Instituto Karolinska de Estocolmo han encontrado semejanzas estructurales entre el cerebro de los hombres gays y el de las mujeres heterosexuales y también hay parecido entre el cerebro de las lesbianas y el de los hombres heterosexuales. Mediante el empleo de la resonancia magnética y el escáner PET (Tomografía por Emisión de Positrones), que ofrece imágenes funcionales del cerebro, los científicos pudieron comprobar, tras examinar los cerebros de cincuenta heterosexuales (veinticinco hombres y veinticinco mujeres) y cuarenta homosexuales (veinte hombres y veinte mujeres), que los hombres heterosexuales y las mujeres lesbianas tienen un cerebro un poco asimétrico, mientras que los hombres gays y las mujeres heterosexuales lo tienen simétrico. También han estudiado la influencia que tiene en la orientación sexual la exposición a las hormonas sexuales durante el desarrollo del feto, asociándose la homosexualidad masculina a una baja exposición prenatal a la testosterona, y la homosexualidad femenina a un exceso de la misma hormona.


Hace unos pocos años leí un libro apasionante, titulado "El cerebro sexual", cuyo autor, Simon Le Vay, fue el primero en descubrir y divulgar la original tesis acerca de la posible diferencia cerebral entre hombres heterosexuales y homosexuales. Pienso que esta lúcida obra contribuye a conocer de una manera muy rigurosa y profunda las raíces biológicas de la conducta sexual humana. Este científico, tras procesar y analizar el tejido del hipotálamo (región cerebral que participa en la regulación de la conducta sexual típica masculina), de un considerable número de cerebros de hombres homosexuales y heterosexuales que habían muerto de sida, así como de diversas mujeres heterosexuales también fallecidas, y una vez descifrados los resultados, extrajo dos conclusiones significativas: la primera era que uno de los núcleos intersticiales del hipotálamo anterior, denominado INAH3, era por término medio dos o tres veces mayor en los hombres supuestamente heterosexuales que en las mujeres. Segunda: en los homosexuales, el citado INAH3 era por término medio del mismo tamaño que en las mujeres y dos o tres veces menor que en los heterosexuales.


Estos hallazgos, según Le Vay, "sugieren la posibilidad de que los hombres homosexuales y heterosexuales difieran en los mecanismos neuronales centrales que regulan la conducta sexual". No obstante, reconoce que los factores que determinan que una personas sea heterosexual, bisexual u homosexual son todavía en gran medida desconocidos aunque hay indicios de que en la orientación sexual influyen fuertemente fenómenos ocurridos durante el primer período del desarrollo, cuando el cerebro se está diferenciando sexualmente bajo la influencia de los esteroides gonadales. Asimismo los genes desempeñan un papel primordial junto con los factores medioambientales como el estrés materno y otras influencias del entorno ocurridas prenatalmente. Las interacciones con padres y hermanos durante la infancia y las interacciones sociales y sexuales en la adolescencia o en la vida adulta también deben ser tenidas en cuenta, ya que el elemento biológico, aunque fundamental, no es absolutamente determinante en exclusiva.


Finalmente me gustaría señalar que un grupo de investigadores del Instituto Nacional de la Salud en Washington DC, dirigido por el biólogo molecular Dean Hamer, presentó poco después de la publicación en 1993 en EE UU del mencionado libro de Simon Le Vay, una evidencia molecular genética de la existencia de un gen que influye sobre la inclinación sexual de los hombres. Lo pudieron averiguar mediante el estudio de una serie de familias, encontrando un aumento de la homosexualidad entre los familiares varones de hombres homosexuales. Este se producía no sólo entre hermanos, sino también entre tíos y primos varones, siendo los tíos maternos y los hijos de las tías maternas los que presentaban una probabilidad aumentada de ser homosexual. Según señala Le Vay, este patrón de herencia vinculado al sexo sugiere la posibilidad de que un gen en el cromosoma X pudiera influir en la orientación sexual de los hombres.


A la vista de estos hallazgos, creo que debemos ser más prudentes a la hora de prejuzgar negativamente a las personas en función de la inclinación sexual que éstas tengan.

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