2008/12/24

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  • Monseñor Rouco Varela: «La familia hace soportables las tensiones de la crisis y del paro»
  • Antonio María Rouco Varela recibe a ABC a pocos días de la celebración de la Misa de la Familia en la Plaza de Colón de Madrid. Espera que acudan al menos un millón de personas en un acto de testimonio y afirmación de la familia y el matrimonio
  • ABC, 2008-12-24 # M. Asenjo / L. Daniele • Madrid
«Esperamos una gran participación, aunque lo que buscamos es una acción donde lo cualitativo, no lo cuantitativo, sea decisivo», afirma el cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela, acerca de las expectativas que ha despertado la misa que se celebrará en la Plaza de Colón de Madrid el próximo domingo, festividad de la Sagrada Familia, bajo el lema «La familia, gracia de Dios».

Monseñor Rouco Varela resta importancia a la polémica que, en algunos ambientes, suscitó el acto en defensa de la familia cristiana celebrado hace un año en el mismo lugar y al que, según sus datos, acudieron «no menos de un millón de personas». Desde determinados sectores se calificó la celebración, «entonces no hubo misa», como una protesta con tintes políticos. Sobre el acto del domingo asegura que «tampoco tiene ese tinte, ni en un porcentaje mínimo». Resalta también que puede haber quien tenga la misión de otorgarle ese calificativo, pero «no queremos hacer un acto político», ya que «la Eucaristía es una expresión de lo más específico y propio de la vida de la Iglesia».

—¿A qué atribuye usted el afán de darle un matiz político a un acto como éste?
—Ocurre que, a veces, ser cristiano, vivirlo, testimoniarlo y celebrarlo suscita interrogantes, anima a las respuestas más allá de la vida personal y de los círculos privados de las personas y de la sociedad. Invita a una respuesta en todo el ámbito de la vida pública, que no se reduce a lo político ni mucho menos.

—Pero, parece que algunos no lo entienden así...
—La tradición jurídica española y occidental, sobre todo en la Europa latina, tiende a identificar el ámbito del Estado con el de lo público, como si el Estado fuera el monopolizador de lo público. Esta es una visión reducida de la realidad, porque lo público es mucho más que lo que comprende la acción del Estado.

—¿Cómo se concreta esto?
—En la Iglesia hay un principio de subsidiariedad que se intentó aplicar en la Europa de la posguerra y que ha marcado el perfil del Estado democrático de derecho en la segunda mitad el siglo XX. Lo que no puede hacer la sociedad debe hacerlo el Estado, no al contrario. En ese sentido, la doctrina social de la Iglesia se aleja tanto de un liberalismo sin límites como de la estatalización de la vida social.

—Hablemos del acto en sí mismo, ¿por qué lo promueven?
—La celebración tiene que ver con el testimonio de lo que Juan Pablo II llamaba el evangelio de la familia y con el testimonio que de una manera muy visible harán muchas familias católicas y cristianas, y algunas que no lo son, pero que sienten lo mismo que nosotros, de ese gran evangelio de la familia. Precisamente, en el día de la Sagrada Familia, cuando el Evangelio habla de una familia singular en la que nace el Salvador del hombre, y a través de la cual se salva el hombre.

—La familia es una preocupación de la Iglesia y, por tanto, de usted. ¿Se ha avanzado en su consideración y reconocimiento?
—La familia es una preocupación muy íntima de la Iglesia y de su magisterio en toda la historia moderna de Europa y, por supuesto, de España. La familia sufre hoy como pocas instituciones básicas para la vida del hombre y de la sociedad el impacto de la secularización. Sin una referencia constitutiva a Dios, el matrimonio, unión fiel y estable del varón y de la mujer en el amor mutuo, abierto a la vida, difícilmente puede sostenerse en sí mismo y como base y núcleo esencial de la familia.

—Si eso falla, ¿qué ocurre?
—Si eso falla, corren peligro de desmoronarse bienes fundamentales para la persona: el valor de la apertura a la vida, el sentimiento de humanidad, de afecto, de ternura. La familia es el lugar original de la ternura. Cuando se resquebraja sufre el hombre, sufre la sociedad. Entonces, las sociedades se hacen más duras. Predomina en su funcionamiento el deseo de alcanzar poder, riqueza, fama… a costa del amor desinteresado y gratuito. Sacrificarse por amor resulta un concepto extraño, cuando no absurdo.

—¿Estamos ya en esa situación?
—El ideal de la vida como una apuesta por el poder humano ha ganado mucho terreno social y, no en último lugar, entre los jóvenes. Una sociedad en la que prima la voluntad del poder frente al amor y la ternura se vuelve inhóspita… en definitiva: ¡dura!

—¿Cómo afecta la crisis económica a la familia?
—La crisis perjudica a la familia. Pero en una visión cristiana de la vida, se sabe que las desgracias pueden convertirse en una gracia de Dios, pasando por la Cruz. Sin embargo, a la hora de fijar valoraciones pastorales de la realidad, no podemos hacer de la necesidad de la Cruz una especie de justificante de problemas que nacen del pecado y de los fallos del hombre. Y la realidad del actual momento económico pesa de forma especialmente gravosa sobre los jóvenes. Muchos, por ejemplo, son los que han iniciado su vida matrimonial adquiriendo su vivienda y se encuentran agobiados por las hipotecas y, no raras veces, en peligro de perder su puesto de trabajo.

—El paro perturba la vida familiar, ¿tiene alguna dimensión enriquecedora?
—Ante el paro, elemento extraordinariamente perturbador de la vida familiar, y ante la crisis globalizada que vivimos, la familia suele responder como un elemento que alivia esas tensiones y las reduce a términos soportables. El amor del que vive la familia se convierte en solidaridad.

—Ese valor de la familia como refugio para la crisis no lo poseen los inmigrantes...
—El impacto de la crisis en ellos es mucho más grave y doloroso que entre los españoles, al carecer de amigos o familiares con los que compartir su situación. Es uno de los problemas con los que nos estamos encontrando con mucha frecuenta en la acción caritativa de la Iglesia.

—¿Cuál es el papel de la Iglesia ante esta situación?
—Un papel elemental y prioritario que consiste, en primer lugar, en ayudar todo lo que pueda en las situaciones más perentorias, relacionadas con la subsistencia, la vivienda y hasta con la búsqueda de empleo. Y tiene, luego, ese otro papel de llamar la atención sobre las causas éticas y morales de la crisis. En el fondo son las que hay que superar y eliminar si se quiere resolver de verdad el problema a medio y largo plazo.

—¿Dónde están esas causas?
—Muchos analistas, entre ellos figuras muy conocidas de la economía mundial, hablan de que esta crisis está producida no tanto por fallos estructurales, técnicos o económico-financieros y jurídicos cuanto por los fallos de conciencia moral de las personas que son sus actores.

—¿Debe lanzar la Iglesia una especial llamada de atención a las conciencias de los católicos?
—Ciertamente. Quiero advertir que el mensaje de fin de año del Papa para la inminente Jornada Mundial de la Paz tiene como trasfondo la crisis económica que vive el mundo. La doctrina social de la Iglesia se ha mostrado siempre muy sensible y muy concreta en relación con los problemas del día a día de las personas y de las familias, señalando las causas que los generan y los caminos éticos para resolverlos. Los obispos españoles lo venimos haciendo así desde que existe la Conferencia Episcopal Española y años antes del Concilio Vaticano II. Estoy seguro además que el Mensaje de Benedicto XVI va a servirnos mucho para nuestra labor de formación de las conciencias en la actual crisis económica.

—La crisis económica es coyuntural, pero usted habla de otras dificultades para la familia.
—Sin duda. Las crisis económicas generan dificultades muy onerosas para las familias porque afectan a sus necesidades primarias. Pero también las dañan gravemente las crisis culturales y morales. La difusión de una mentalidad social según la cual el matrimonio y la familia son realidades a disposición del poder humano que pude configurarlos como convenga, no advirtiendo que se sustentan de un núcleo de verdad que ha de ser respetado, promovido y desarrollado por todos, hace muy costoso el vivir fielmente matrimonio y familia como la íntima comunidad de vida, fundada en el amor fiel y fecundo del marido y de la mujer.

—¿Cómo se plasma en la realidad?
—El conjunto combinado de estos factores críticos actúa, sobre todo, en contra de la estabilidad del matrimonio. El apoyo que le ofrecen a la institución matrimonial en este sentido las actuales legislaciones europeas —y, muy señaladamente, la española— ha quedado reducido, poco menos que a la mínima expresión.

—¿Con qué consecuencias?
—Si sólo con tres meses de existencia del vínculo matrimonial y por el deseo de una de las partes puede producirse el divorcio es obvio que el mantenimiento de la fidelidad matrimonial entre el esposo y la esposa queda prácticamente desamparado civilmente.

—¿Y con respecto a los hijos?
—En una sociedad de inestabilidad creciente en los matrimonios, ni se facilita en nada que puedan nacer los niños ni es fácil que puedan ser respetados en la práctica suficientemente los derechos que les han reconocido las Naciones Unidas. El Papa, en el citado Mensaje del próximo Año Nuevo, con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, advierte de que 500 millones de niños, la mitad de los pobres que hay en el mundo, viven en una situación de extrema necesidad.

—¿Podemos decir que existe en España una cultura antifamilia?
—Crece en medios culturales y sociales más diversos la opinión de que la familia y el matrimonio son realidades manipulables ilimitadamente. Basta mencionar la llamada «Teoría del género».

—¿De qué forma se manifiestan esas amenazas hacia la familia que usted describe?
—En el terreno de las ideas y de los hábitos humanos y morales de las personas. Si se cree que se puede llamar familia a cualquier tipo de unión, sin tener en cuenta para nada la dimensión sexual de las personas o la relación entre el vínculo matrimonial y la apertura a la vida y entre la procreación y la educación de los hijos, los jóvenes tienen muy difícil poder vivir su vocación matrimonial íntegramente.

—¿Tiene fácil arraigo esa cultura en la familia?
—Si esa experiencia honda del hombre traducida y reflejada en la familia está respaldada por una tradición cristiana de más de un milenio, es evidente que a una cultura que se aparta de esa visión de la persona humana e, incluso, si es hostil a ella, no le resultará nada fácil triunfar.

—¿A quién beneficia el debilitamiento de la familia?
—A nadie. No sólo desde el punto de vista del plan de Dios sobre el hombre, sino también desde una perspectiva puramente humana. El hombre, a veces, no cae en la cuenta de que sin la familia la humanidad se queda sin fundamento: sin la vida y la esperanza que necesita para subsistir. El fenómeno del debilitamiento de la institución familiar tiene, por tanto, raíces mucho más profundas que las meramente económicas y sociales. No es explicable sin fallos morales y espirituales muy graves.

—¿Tiene que ver algo la acción de los gobiernos?
—Los fallos humanos —los pecados del hombre— dicen siempre una relación directa con el comportamiento de la persona. Las circunstancias sociales, «las estructuras», pueden desarrollar una doble función: de ayuda para evitarlos y/o superarlos o, también, de impedimento y dificultad para su superación. Una buena legislación ayuda a evitar fallos del hombre, una mala contribuye a que sean mayores.

—¿Y en España?
—En España, si se compara la legislación vigente sobre el matrimonio y la familia con la doctrina social de la Iglesia se puede constatar fácilmente que las distancias son muy graves.

—Las nuevas generaciones, ¿cómo afrontan esta situación?
—Es difícil saberlo con exactitud porque las estadísticas disponibles son valiosas, pero muy discutibles. En cualquier caso, nuestra experiencia personal nos dice que son muchos jóvenes los que quieren vivir a fondo su vocación matrimonial y su compromiso de entrega responsable al bien de sus prójimos en la vida social, política o económica. La realidad de nuestros jóvenes consagrados a Dios resulta cada vez más alentadora. No es verdad esa visión estereotipada de una juventud sin fe y sin ideales cristianos de vida.

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