2008/12/26

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  • El otro opio del pueblo
  • El País, 2008-12-26 # Editorial
En Europa del Este el opio del pueblo era otra cosa. En Polonia, cuando el 4 de junio de 1989 se celebraron las primeras elecciones libres en medio siglo, el partido comunista, sobre 100 escaños del Senado y 150 de la Cámara, obtuvo uno, y eso porque no había otro candidato. En Rusia, el partido comunista ha resistido algo mejor, ataviado de nacionalismo, pero no hay quien pare el auge de la ortodoxia, con su exponente en la proliferación de publicaciones religiosas.

Cuando el bolchevismo triunfó en 1917 había 600 periódicos de ámbito ortodoxo, y todos estaban cerrados en 1918. Pero hoy no existen menos de 500 con 10.000 profesionales vinculados a ellos, y 3.500 páginas web. Cuando falleció recientemente el patriarca de la Iglesia ortodoxa, Alexis II, el funeral llenó la televisión oficial un día entero y la ración de documentales en días siguientes podía rivalizar con la más extensa cobertura de la Semana Santa en tiempos del franquismo.

Y no se trata de una prensa complaciente con el poder. La miniguerra entre Rusia y Georgia fue considerada una tragedia que nunca debió suceder, más que un evento patriótico.

Tampoco esas publicaciones son siempre austeras hojas diocesanas, sino que abundan en colorines propios de la prensa del corazón. La más destacada de todas ellas, Foma, que toma su nombre del apóstol Tomás, el que quería tocar para creer, adopta una posición de respeto ante el escepticismo religioso. Y goza de una tirada de 30.000 ejemplares, un presupuesto de 80.000 euros mensuales, 30 periodistas, una web y un programa de radio.

Hoy está de moda tener algún tipo de relación con el hecho religioso, y así artistas y personalidades públicas -el propio primer ministro, Vladímir Putin- presumen de asistencia al culto, tienen iconos a domicilio y visitan famosos monasterios que ilustran la historia de la Santa Rusia.

La Iglesia ortodoxa, que ya santificó la Gran Guerra Patria (1941-1945) contra Hitler, se afana ahora en promover el culto de los miles de ciudadanos inmolados por el estalinismo, a los que ha canonizado haciendo horas extraordinarias.

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