2008/01/16

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  • Bucarest, la anticomunista
  • Poco más que un decorado de edificios queda de la dictadura de Nicolae Ceaucescu en una ciudad que crece sin frenos
  • Público, 2008-01-16 # Guillaume Fourmont · Madrid

“No sé dónde está. No en Bucarest, sino en una zona militar, lejos de aquí”. Molesto, el taxista llama a los compañeros para orientarse, ninguno de ellos lo sabe con seguridad. Nicolae Ceaucescu, el hombre fuerte de Rumanía entre 1965 y 1989, no está, sin embargo, enterrado lejos del centro de la capital rumana, yace en el pequeño cementerio civil de Ghincea, donde no hace falta permiso para visitar la tumba del dictador.


Recordar aquella época de extrema pobreza y de aislamiento de Occidente de la Rumanía comunista no es la prioridad de los rumanos. El centro de Bucarest es un bullicio que ni termina de noche: carteles de grandes marcas de ropa visten los edificios y hay más coches de lujo que en cualquier otra capital europea.


Bucarest es una ciudad fea. Sí, fea. En los años 30, era conocida como la Pequeña París por sus edificios y su importante actividad cultural. Algo queda de aquella época entre el Ateneo y el Círculo Militar, viejos pasajes esconden librerías y bares. Fea por el decorado comunista que queda de un régimen que marcó más de 40 años de la historia del país. Ceaucescu mandó destruir edificios e iglesias del centro histórico, una quinta parte de la ciudad. Queda la calle Lipscani, sus pequeños comercios y artesanos, y el busto de Vlad Tepes, quien inspiró a Drácula.


Desde entonces, Bucarest vive bajo la sombra de la Casa Poporului, la Casa del Pueblo en rumano, el edificio más grande del mundo tras el Pentágono. Domina lo que el Conducator, como era conocido Ceaucescu, llamó el Centro Cívico, serie de modernos edificios hoy casi abandonados. Nadie vive o trabaja en ellos.


Rumanía tiene un crecimiento de 7%, la mayor tasa de Europa Central y del Este. Con la Casa Poporuliu a la espalda, en la plaza Unirii, corazón de la capital, hay cada vez más cafés y restaurantes que presumen de tener precios parecidos a los de París o Madrid.


Y se descubren los secretos de una ciudad donde las noches son más animadas de lo que parece. Detrás de una vieja puerta del Teatro Nacional, un ascensor de servicio lleva al Laptaria Enache, en la cuarta planta. Un largo pasillo decorado de dibujos del movimiento Dadá, un bar de cervezas y un escenario. En verano, los músicos ocupan la azotea del Teatro Nacional.


Vista sobre la plaza de la Universidad, el kilómetro 0 de Bucarest. La presencia de niños durmiendo en las aceras o esnifando pegamento recuerda que, con un salario medio de 300 euros al mes, Rumanía también es el país más pobre de la Unión Europea. A tan sólo dos estaciones de metro de la plaza Unirii, Zambrantuliu es uno de los barrios más desfavorecidos de la capital. Las casas son bajas, de madera y barro, cuando no de hormigón a punto de derrumbarse. Tener luz y agua es cuestión de buscarse la vida.


Poco más que el decorado de los grises bloques de viviendas queda de la época comunista en un Bucarest –su nombre viene de la palabra alegre en rumano–, que crece sin frenos, reflejo del dinamismo económico del país. La sede del Partido Comunista sigue en pie, con los impactos de balas de la Revolución de 1989, y la Casa Poporului se puede visitar. En el cementerio de Ghincea, una cruz de piedra y una placa indican la tumba del dictador. Acuden los nostálgicos. Pocos saben que el Museo del Campesino Rumano alberga una exposición sobre la época comunista. La muestra, en el sotano, no tiene ni una foto de Ceaucescu. Su título: Ciuma. La peste, en rumano.

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