2008/01/11

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  • De lo sexual en tiempos de lo virtual
  • La Jornada, 2008-01-11 # Carlos Monsiváis· México, D.F.

La globalización que se desata a fines del siglo XX, además de sus lazos estrechos con el neoliberalismo y del abismo digital que le agrega a las limitaciones de la pobreza, en otra de sus vertientes arrincona o desaparece a un gran número de dogmas, teorías, hipótesis, tradiciones y costumbres (Donde había una tradición de la Sufrida Mujer ahora podría haber una serie televisiva sobre lesbianas). Entre forcejeos, adelantos y retrocesos, la globalización acosa al concepto siempre escurridizo de Identidad, ya no la Identidad en abstracto sino la serie de fenómenos que presiden el desarrollo o el atraso de minorías y mayorías. Aquí la novedad es el espacio ocupado por las mujeres, las minorías sexuales y, muy especialmente los indígenas.


Antes de la globalización se vive el proceso mucho más lento de la mundialización, cambiante en cada país de acuerdo a los niveles educativos, las decisiones de las vanguardias y el avasallamiento de culturas específicas. Así, en México, a principios del siglo XX, domina la influencia de la sociedad francesa y ya desde la década de 1930 la americanización domina, modifica en buena medida las ideas dominantes y las secundarias del desarrollo de cada país, y prodiga el cúmulo de palabras clave que trastornan o cambian situaciones y prejuicios. En las minorías sexuales el término que alude por vez primera a la existencia de la “comunidad de raritos” es el ambiente, una versión aproximada de gay, el paisaje humano de regocijos a la disposición del juego interno que en algo compensa el desprecio social. Obligatoriamente, las palabras clave dan noticia de cambios de mentalidad, y debido al vocabulario, que resulta liberador porque, a través de las palabras, se filtra una nueva identidad, más combativa y moderna, que le otorga mayor consistencia a las formas heterodoxas del comportamiento. Al ingresar el término gay en el vocabulario, se debilita el vigor peyorativo de las palabras maricón, puto, joto, mujercito… o tortillera, wafflera...


El mundo es también un diccionario
Al añadirse al idioma español, la palabra gay trae consigo el blindaje de la modernidad, de lo que se impone ante la imposibilidad de contener las transformaciones urgentes. Igualmente importante es el auge del término homofobia, el odio irracional a los homosexuales. De pronto, obispos católicos o dirigentes del Partido Acción Nacional insisten “No somos homofóbicos”, y uno sospecha que consideran la homofobia una enfermedad transmitida a través de la observación, y por eso avisan: “No estamos infectados”, como si fuera un rito exorcista.


En gran medida, la globalización es un método o un sistema de visibilizaciones e invisibilizaciones que trastocan las ideas y las definiciones de la normalidad. Al margen de los rechazos o las aceptaciones de la normalidad todavía vigente, es asunto impostergable modificar sus cargas de prejuicio en lo relativo a políticas de salud, empleos, vida familiar, discriminación social, etcétera. En este sentido, normalizar es entender situaciones, conductas, actitudes que son legítimas y legales y que no se aceptan, dándole la oportunidad a la sociedad de erradicar gran parte de la marginación que viola los derechos humanos, las leyes y el sentido mismo del desarrollo civilizatorio.


Un pacto de anomalías
Ahora se extiende la visibilidad del gueto, pero falta todavía para la visibilidad de las minorías que lo habitan. Intento explicarme: internacionalmente, y por el esfuerzo conjunto del conocimiento científico, el desarrollo de la tolerancia, la presión de los sectores afectados y las industrias del consumo, se acepta la diversidad, la presencia múltiple de lo gay/lésbico, los espacios gays, las marchas anuales, la reivindicación de los derechos. El avance es formidable, pero a todo lo siguen marcando los signos del pintoresquismo o de la excepcionalidad que a fin de cuentas es parte del abigarramiento urbano. Y queda pendiente la visibilidad de quienes, simplemente, viven de otro modo.


La salida del clóset del gueto se ha constituido en una gran empresa del consumo y allí se disminuye o se vuelve irreconocible la antigua solidaridad de los proscritos. Sin embargo, con las limitaciones y los avances de la tolerancia, las industrias culturales de varios países hacen sus aportes, en cine, teatro, televisión, literatura específicas, sobre todo en Estados Unidos y allí, en los años recientes, en las series televisivas. Al ser inútil negar la presencia de personas que además pagan impuestos, y son numéricamente inocultables e incontables, se esparce el nuevo dogma: para que mis vecinos no se metan conmigo debo ignorar lo que hacen, y de tanto ignorar lo que hacen acabo por admitir la irracionalidad de algunas de mis filias y mis fobias, y llego al intercambio de anomalías, a fin de cuentas otro acercamiento a la normalidad.


En este sentido, aunque se padecen una tras otra las modas norteamericanas, también beneficia su aceptación social de los comportamientos. Se agradecen por ejemplo las series Queer as Folk, Oz, The L Word, Six Feet Under, Noah’s Arc.


El ligue: “Nunca creí que me fuera a hacer caso”
El Internet —esto lo señala Altman en Sexo global, así de la fecha de su publicación al día de hoy los cambios son y siguen siendo tan considerables— es, entre otras muchas ventajas el espacio edénico del Ligue, con las secuelas típicas de la frustración y el desencanto, sin las cuales nada se explica. Es por un lado la posibilidad de hallar una pareja, heterosexual u homosexual, de “mediana duración”; también, y esto lo más significativo, es la “Edad de Oro” de la mitomanía, la versión ideal que cada persona tiene de su cuerpo y, complementariamente de su personalidad: bien proporcionado / alto / muy dotado / musculoso / llamo la atención en donde me presento, etcétera, el despliegue nunca acreditado por una realidad más bien mezquina en el reparto de dones sexuales. No importa: Internet es el gran espacio de multiplicación de la fantasía o de la mitomanía o del “poema en prosa” que cada quien redacta en el chat respecto a sí mismo y a su capacidad de crear el personaje que le gustaría ser, además, no teme engañar porque sabe que el pen pal o la pen pal hacen lo mismo. También, en las ciudades de hoy, tan patrocinadoras de los aislamientos, el Internet es, entre otras cosas, el ágora sentimental, en el que incursionan los intrépidos que ofrecen sus múltiples encantos inverificables.


“Si no le hago caso a mis prejuicios, ¿con quién converso?”
En América Latina el fundamentalismo es y ha sido el responsable de muchísimas atrocidades. El pueblito colombiano que en 1985 quema el albergue de los enfermos de sida o, en toda América Latina, las familias que expulsan a los integrantes infectados, o los vecinos que exigen que se vaya el enfermo de sida del edificio, no sólo tienen miedo a la infección; también, están convencidos del contagio moral, “no vayas a transmitir el sida del espíritu”. Sin embargo, este fundamentalismo va cediendo, ha disminuido notoriamente el número de suicidas por motivos religiosos, durante décadas una imposición doctrinaria: “Me mato porque Dios no me acepta”, y se acentúa de modo creciente la distancia entre el sentimiento religioso y los impulsos de autodestrucción, y este es uno de los grandes avances contra el fundamentalismo.


La responsabilidad de cada persona frente a su cuerpo puede usar de la consigna: “Mi cuerpo es un almacén de peligros”, pero esto aún no se filtra debidamente en América Latina, donde continúan el número de infecciones y prosigue la despreocupación de los convencidos de la teoría “de la ruleta rusa”. Esto todavía no se resuelve, por persistir la vieja idea machista “Mi cuerpo es mío”. En cuanto al consumo, se vive no sólo como gozo de la moda, sino como la sensación de la modernidad que es la genuina acción libre. “Si soy moderno soy libre y si entro al consumo es para despojarme de la esclavitud de las tradiciones, de la familia, etcétera”. El consumo versus el peso de lo tradicional. El vínculo entre lo libre y lo contemporáneo a través del consumo puede parecer incluso ridículo, pero influye en el comportamiento.


Si los tabúes se han desmoronado con tal rapidez es por la desaparición de la mayor parte de sus contenidos simbólicos. Una estructura de prohibiciones no se derrumba nada más porque sí, exige esfuerzos sociales muy amplios. Se opuso a la despenalización del aborto la derecha entera, se aprobó en la ciudad de México y ni se cayeron los cielos ni el asunto mantiene su halo negativo. Ocurre lo que debió ser evidente: ya había una despenalización moral antes de la despenalización legal. Ocurre lo mismo con las sociedades de convivencia: la noción permisible (“Ustedes hagan lo que quieran pero no me inviten”) es su preámbulo y su fuerza primera.


En una etapa de la lucha contra el sida cundió la consigna: “silencio igual a muerte”. Ahora la consigna podría ser: “enunciación burocrática de los derechos de los seropositivos igual a olvido”. Se pasa del ahorro de toda palabra al suponer que lo que había que decir estaba dicho. Allí, la globalización actúa de modo desigual en grandes zonas y admite la persistencia de la amnesia moral. En México todo se ha concentrado en las batallas para ir nulificando las decisiones fundamentalistas de la Secretaría de Salud, como si no hubiera necesidad de campañas dirigidas a la sociedad.


En más de un sentido, la diversidad es lo opuesto a la desintegración del tejido social. Si se acepta y se defiende la diversidad, se lucha contra algo muy grave de un país fundado en la desigualdad, y se combate a la política de las exclusiones, todavía uno de los grandes sinónimos de la nación.

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