2008/02/20

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  • Los 'sin corbata'
  • El Diario Vasco, 2008-02-20 # Juan Aguirre

La Revolución francesa transformó a la plebe en pueblo, imponiendo la ciudadanía universal donde antes reinaba la jerarquía estamental. Socialmente hablando todo el mundo pasó a ser de talla única (al menos en teoría), lo cual se visualizó en un vestir casi uniforme.


Pero pronto surgió la resistencia de quienes querían restablecer la personalidad indumentaria borrada por la Revolución. A partir de entonces el individualismo burgués se expresaría en un pedazo de muselina almidonada que se anudaba caprichosamente al cuello: fue el antecedente de la actual corbata. Dicha elección poseía gran simbolismo: tras el matarile de la guillotina que segó miles de cabezas en nombre de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, el pescuezo era una parte especialmente sensible del cuerpo y la gente corrió a cubrírselo por lo que pudiera pasar.


Dos siglos después la corbata mantiene todo su prestigio como signo de corrección y de buen tono. Muchos caballeros viven atados a esa soga de seda, entre ellos los políticos con aspiración al mando, que sólo se la quitan en campaña o cuando les toca hacerse pueblo. Una corbata es como una aguja marcando la hora en punto, y si el candidato se la deja en el armario es porque va a perder el tiempo con sus electores por ganar algunos votos.


Por ideología y por ropero, las diferencias izquierda-derecha se diluyen. No era así al comienzo de la democracia, cuando cada partido se distinguía tanto por sus siglas como por sus pintas. La del PCE era una candidatura de buzo y casco dirigida por un apparatchik con peluca, los sociatas iban de pana progre, en la derecha suarista predominaba la militancia de camisa azul bien tapadita, mientras Fraga exhibía sus famosos tirantes patrióticos. A diferencia con la actualidad, las sotanas aparecían poco y pasamontañas los había de distintos modelos.


En la presente campaña casi todos visten igual, y sólo algunas mujeres alegran las tribunas mitineras con elegancia y hasta con audacia. Qué lejos quedan aquellas diputadas de la era de la imparidad, como la Pasionaria, siempre de luto, o Soledad Becerril con sus modositos baberos de encaje bajo medalla pía.


Balzac en su Tratado de la vida elegante definió la Revolución francesa como una pugna entre la seda y el paño, entre los aristócratas y los sansculottes. La campaña electoral que comienza no irá más allá de un pulso doméstico entre los sin corbata, donde el mayor misterio por resolver es el color que elegirán Zapatero y Rajoy cuando se pongan las suyas para los debates televisados. ¿Granate o azul? Una elección equivocada podría costar un puñado de votos, un par de escaños, la mayoría. Como quien dice, la guillotina.

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