2008/01/29

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  • Recoser la 'honra'
  • El País, 2008-01-29

En las salas de cine puede verse estos días una deliciosa película libanesa llamada Caramel. Dirigida por Nadine Labaki, que también interpreta el papel protagonista, cuenta las historias de varias mujeres, trabajadoras o clientas de una modesta peluquería beirutí. Una de ellas va a casarse pronto con su prometido, un muchacho santificado por su familia... Sin embargo, la muchacha, una musulmana moderna -como hay millones dentro y fuera de Dar el Islam- tiene un pequeño problema: no es virgen, ya se ha acostado con otro.


La cosa tiene remedio, le dicen sus amigas, que jovial y solidariamente la acompañan a una clínica, donde pueden recomponerle el himen, en la que se inscribe bajo el jocoso nombre de Mademoiselle Pompidou.


La sacralización de la virginidad femenina no es exclusiva de las sociedades árabes y musulmanas. Todas las sociedades patriarcales han propugnado que la mujer conservara su "más preciado tesoro" hasta la noche de bodas.


El problema surgía -y sigue surgiendo en medios fuertemente patriarcales- cuando la muchacha no llegaba virgen a esa noche. El escándalo era tremebundo, inconmensurable el "deshonor" de la familia de la novia y el castigo para la pecadora, similar a la prisión de por vida. Por eso no parece disparatado que, como contaba ayer este periódico, la Seguridad Social corra en Bélgica con el coste de la reparación quirúrgica del himen. Aprovechando recovecos de la ley y, sobre todo, la buena voluntad de muchos médicos, miles de musulmanas se someten en ese país a la denominada himenoplastia. Puede que estemos ante uno de esos casos en los que el viejo dicho "hecha la ley, hecha la trampa" esté justificado. La "ley", en este caso, no es más que un prejuicio machista.


Tal vez más que enrocarse en polémicas estériles sobre el velo, las sociedades democráticas pueden ayudar a la emancipación de las musulmanas que viven en ellas con medidas prácticas, dándoles instrumentos para su emancipación. Por ejemplo, la himenoplastia. A la espera de esta modernidad que no termina de llegar, la pragmática Bélgica muestra el camino.

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