- El cura de Alsasua contra la Santa Cruzada
- El País, 2008-11-02 # Lola Huete Machado
Tal día como el 17 de julio de 1936, el sacerdote Marino Ayerra Redín se baja del tren de Pamplona en la localidad de Alsasua (Navarra). Va a hacerse cargo de "su rebaño", de la parroquia de esta villa ya industrial gracias a lo ferroviario y a los cementos Portland, que cuenta con unos tres mil habitantes y "merecida fama de republicanismo de izquierda en el fondo monárquico y derechista que domina toda Navarra". El consejo de su obispo, Marcelino Olaechea, al despedirle fue: "Usted allí, más de izquierdas que nadie, ya me entiende". Y mientras iba en el tren pensaba don Marino: "Derechas... izquierdas, ¿qué pensará Dios de todo esto?".
Veinticuatro horas después huían sus feligreses al monte, le llovían muertos en las cunetas, los sublevados contra el Gobierno republicano (capitaneados a lo lejos por Franco) tomaban las calles a golpe de bandera y pistola, y se le amontonaban las confesiones de crímenes cometidos de boca de falangistas imberbes y de gatillo fácil. "¿Y dónde queda el evangelio, la caridad cristiana en todo esto?", se preguntaba.
Hoy conocemos tales cuestiones internas porque el sacerdote las contó en un volumen de memorias titulado No me avergoncé del evangelio (desde mi parroquia), que editó en los años cincuenta en Argentina, donde vivía exiliado. El libro, muy religioso, muy de la España de principios del siglo XX, de esos que se suelen llamar pequeñitos, entró pronto en la Península franquista de ese tiempo y circuló de mano en mano de forma clandestina. Aquí ha sido publicado en el País Vasco: en 1978, con la referencia Imp. Amado, y hace un lustro en Navarra por Mintzoa, que va ya por la segunda edición.
Marino Ayerra Redín había nacido en Lumbier en 1903; era enjuto de físico, purista en lo espiritual y con buena formación: había estudiado teología en Pamplona y sido profesor y visitado Roma... Y andaba ilusionado y curioso por todo; repleto de proyectos y de fe. Tanto, que los vientos políticos para él ni soplaban, ni los sentía, ni creía que tuvieran que ver con su tarea. Era un párroco de esos de los de pie a tierra. De convicción sólida; en caso de duda, siempre con los oprimidos... Su lema: "Pensar alto, sentir hondo, hablar claro".
Sus memorias rezuman dramatismo, desconcierto, soledad, desesperanza... Impactan allí donde caen. Le sucedió a Jesús Lezaun, alsasuano de generación posterior a la de Ayerra, ex rector del seminario de Pamplona, quien escribió el prólogo a la primera edición vasca (1978) "de este libro vivo, actual, aleccionador y revulsivo". "Recuerdo haberlo leído medio a escondidas y con el alma en vilo, bien acorazado contra su contenido y contra su espíritu... el libro era clandestino y rechazable desde el punto de vista patriótico-político (¡y de qué patria!) y desde el punto de vista eclesiástico-religioso (y de qué Iglesia y de qué religión)". Aún recuerda, dice, cómo se reunió una noche a todos los alumnos del seminario de Pamplona "que habíamos nacido a nuestra vocación sacerdotal en los rescoldos de la santa cruzada", para comunicarles la "triste y trágica noticia del sacerdote descarriado que se iba, que se había ido ya" y había recorrido esos pasillos.
Conmovida se sintió también la sobrina de don Marino, la directora de cine Helena Taberna: "Cayó el libro en mis manos de adolescente y ya nunca pude quitármelo de la cabeza. Un día vi Amén, de Costa Gavras, sobre la ambigüedad del papa Pío XII y el silencio sobre el papel desempeñado por la Iglesia... y en verdad, ¿quién iba a contar aquello desde dentro? Hasta que me di cuenta de que yo podía, yo tenía esa historia". No ha parado hasta filmarla. Se titula La buena nueva, acaba de pasar por el festival de Valladolid y se estrena el 14 de noviembre.
"La película prueba que nuestras miradas sobre la Guerra Civil son ilimitadas. Ésta es sobre las dos Iglesias, que las hubo, igual que dos Españas", apunta. El actor alavés Unax Ugalde interpreta al párroco de Alzania, tal como se llama Alsasua en la ficción. Ambos coinciden en que del libro de Ayerra se podrían haber rodado varios filmes, "todos impresionantes".
Y no podían llegar, la película de la sobrina y la historia del tío, más a tiempo. Ahora que se abren fosas con cientos de muertos y causas contra Franco y los generales sublevados en 1936; ahora que la justicia pide colaboración de la Iglesia para tirar de la manta y encontrar a los más de cien mil desaparecidos... Ahora, la vida de este sacerdote hace 70 años, sus dudas, su dolor, sus sermones apelando al sentido común, su enfrentamiento solitario a la Iglesia colaboracionista, es asunto de gran actualidad. "El presente relato no tiene nada de ficción, ni en su fondo ni en su forma", dice él mismo en el prólogo a la primera edición. En la segunda, de 1959, añade: "¿A qué viene, pues, una segunda edición de mi libro? ¿No está bastante llorada ya nuestra común y dolorosa tragedia? No. No lo está... Ni lo estará mientras quienes deben llorar no lloren, y sus lágrimas de sincera y cristiana contrición no se purguen y se lave la mancha inferida, más que a España, a la Iglesia misma...".
Lo mismo opina su sobrina. Taberna optó por crear ficción alrededor del protagonista, le añadió una historia de amor y otros elementos que le permitieron sentirse más cómoda en el contexto, allí donde quería denunciar. El propio don Marino le centra el objetivo: "... se impone ya que la Iglesia abandone de una vez para siempre la frivolidad de sus coqueteos mundanos con los grandes y poderosos y se restituya y reduzca al fin a su función sobrenatural y única de representante y continuadora humilde y desinteresada de Cristo. Sólo en función de tal la quiso y puso Dios en el mundo, y sólo en esa función la necesita la humanidad". Para Taberna: "Quizá estemos ya para el abrazo, pero es necesario el duelo, y aquí no se ha hecho. Así que ésta no es una película rencorosa, sino hermosa, de homenaje profundo". Unax recuerda que la maestra (Bárbara Goenaga) es un personaje inventado: "Pero hay gente que dice que sí, que Marino se apoyó en alguien; lo comentaban las señoras mayores que vinieron al rodaje. Es normal, tenía que arrastrar a un pueblo entero lleno de viudas y niños... y vivió todo en gran soledad".
Paseos y paseos, caminatas larguísimas se daba don Marino monte arriba para intentar comprender lo que acontecía. Escribe en su diario: "Interrogantes, interrogantes... ¿es que sólo yo interpreto bien la doctrina de Cristo? ¿Todos los demás podrán estar falseándola? ¿No es la jerarquía católica, con la tácita aprobación del Romano Pontífice, quien tiene a su favor la asistencia del Espíritu Santo para interpretar, auténticamente y mejor sin duda que yo, el sentido cristiano de la guerra de España? Pero ¿y qué sentido cristiano puede ser este que inspira, bendice y canoniza una guerra... y disimula, consiente y tácitamente aprueba y bendice en la retaguardia a los asesinos, a sangre fría y en serie, por toda la España de Cristo Rey, de Franco, de Hitler, del moro Muza y de los obispos católicos? Interrogantes, interrogantes...".
Y no había modo: no encontraba respuesta. Sólo veía a su parroquia disuelta, a los muertos y huérfanos, a las mujeres rapadas por castigo; al comandante en plaza, chulo y pendenciero, que le aleccionaba: "Usted ocúpese de las almas, que de los cuerpos ya me ocupo yo". Veía el eco de las armas en cada gesto eclesiástico y a los buitres sobrevolando las simas donde despeñaban a los enemigos de la patria, como esa de Ochoportillo, donde "tirabas una piedra y salían miles y miles de moscas". Eso recuerda un alsasuano en un documental previo de Helena Taberna, titulado Recuerdos del 36, donde ya aparece don Marino. "Un día llevaron a un padre de seis hijos y al siguiente de tirarle allá abajo nació el séptimo, Urquijo, Víctor Urquijo...". En ese corto, los vecinos recuerdan al párroco: "Muy valiente", "Todo en él era ayudar", "Gracias a él se salvaron muchas vidas", "Sacaba las castañas del fuego, se opuso a muchos, fue perseguido, denunciado, hasta que hubo de marchar". La España una, grande y libre no era para él. "¿Por qué quiere usted irse a América?, le preguntó en 1940 el obispo Olaechea. "Yo no entiendo este clima de aquí; aquí yo me ahogo".
Taberna intentó sacar adelante el largometraje en 1995, pero no cuajó: "Contar una historia así necesita de una madurez social, profesional y personal. El productor interesado me preguntó si tenía ¡el permiso eclesiástico! No era el momento". Al fin, hace cuatro años todo tomó cuerpo y ahora se ríe: "¡Hasta va a parecer que el juez Garzón nos hace promoción!". Está encantada de esa confluencia de sus proyectos con las pulsiones sociales: "Significa que mi pálpito coincide con el sentir general, como ocurrió ya con Yoyes y Extranjeras".
La voz de la otra Iglesia desde dentro de la Iglesia. Eso tan necesario aún hoy lo era ya Marino Ayerra hace setenta años. Hubo otros como él (no muchos, pero no nos caben aquí) que vieron claro que la institución no debía amparar la represión de los sublevados contra la población civil, ni legitimarla. Que nunca debería haber existido esa pastoral del cardenal Gomá diciendo que eso no era guerra, sino "plebiscito armado"; ni mensajes radiofónicos como el de Pío XII, el 16 de abril de 1939: "Nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la católica España, para expresaros nuestra paternal congratulación por el don de la paz y la victoria con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad...". Fue el fin para don Marino: "Y ahora resulta que no ya sólo los obispos españoles, sino la Santa Sede... ha estado bendiciendo y alentando 'desde sus albores' todo esto... Entonces sí, entonces ya todo se explica. Todo menos las palabras de Cristo. Todo menos lo que estúpidamente he estado predicando toda mi vida yo, por creerlo doctrina evangélica, por creerlo la buena nueva...". Su decepción no tiene parangón.
Basta ojear los títulos de los 18 capítulos de su libro para marcar el trazo de su vida: Id y predicad el evangelio, titula el primero; Primer sermón, primeras ametralladoras, el segundo; ¡No más sangre!, el noveno; Los muertos hablan, pero sólo Dios los oye, el decimotercero; Terminó la guerra, habló el Pontífice, el decimosexto; Por tierras de América, el penúltimo.
Don Marino abandonó el sacerdocio. Se hizo traductor de latín y griego. Y peluquero. Se casó; tuvo dos hijas. Murió en 1988 en Caguazú, Buenos Aires. Nunca regresó a España.
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