2008/11/01

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  • Cine lésbico y gay
  • El País, 2008-11-01 # Ramón Irigoyen

Arden la Villa y Corte y la comunidad autónoma que preside Esperanza Aguirre, vapuleada en unas declaraciones por José Antonio Zarzalejos, ex director de Abc, con el 13º Festival Internacional de Cine Lésbico y Gai (sic) de Madrid que se celebra del 30 de octubre al 9 de noviembre. Y como, para mí, el rigor ortográfico es de cumplimiento sagrado, respeto la ortografía de ese Gai con i latina en lugar de la habitual y griega. ¿Por qué escribe este Festival Gai y no Gay? Lo ignoro.

Pero quizá lo hace por la misma razón que un vecino de Collado Villalba confesó, tras la expresión de un enigmático deseo suyo, a su familia. Aquel abuelo tenía machacada a la familia con esta frasecita: "Y si muero en el campo de arriba, enterradme en el campo de abajo. Y si muero en el campo de abajo, enterradme en el campo de arriba". La familia nunca se atrevía a preguntarle la razón de aquel sibilino deseo. Hasta que un día, por fin, le preguntaron: "Pero ¿por qué tienes un deseo tan misterioso?" Y el abuelo, indignado porque la familia no le adivinaba aquel deseo que, para él, estaba tan claro, contestó: "Pues ¿por qué ha de ser, idiotas? ¡Por joder!".

Esta gente que organiza el Festival es tan aficionada al sexo que, como vemos, por joder, hasta altera la ortografía de la voz gay, siguiendo el ejemplo del mayor delincuente ortográfico en lengua española, el poeta Juan Ramón Jiménez, que ha mareado a todo cristo con su caprichosa escritura de ges y jotas aragonesas. Él, Yavhé, hijo de Moguer, escribía jeofajia por geofagia y otros muchos delirios por el estilo que la comunidad lingüística tenemos que soportar porque esa era la forma de eyacular del maestro. Él mismo lo dijo en un texto: "La poesía... esa eyaculación de los sentidos". Si Jiménez hubiera sido el padre del cantante madrileño David Summers, los Hombres G se habrían tenido que llamar Hombres J. Y, por cierto, escribo esto con una antipatía bastante rebajada respecto a este maestro porque he leído recientemente la extraordinaria Biografía interior de Juan Ramón Jiménez (Ediciones Libertarias), de Enrique González Duro, y me ha hecho sentir alguna simpatía por este autor helvético, digo, onubense.

Entro en la página web www.lesgaicinemad.com y echo un vistazo a las más de 100 películas lésbicas y gays que se proyectan estos días en Madrid. Entre las películas y documentales que ofrece el Festival me sorprende muy gratamente el documental Campillo, sí quiero (www.campillosiquiero.com), dirigido y producido por Andrés Rubio, a quien, hasta ese momento, conocía como el periodista Andrés Fernández-Rubio. El documental, según declara Andrés Rubio a este periódico, cuenta la historia de Campillo de Ranas, un pueblo de Guadalajara, cuyo alcalde gay, Francisco Maroto, dio un ejemplo al país, al declarar, con motivo de la aprobación en España de la Ley del Matrimonio Homosexual, estas palabras: "Yo caso". Frente a no pocos alcaldes con el cerebro embotado por su cavernícola ideología, Francisco Maroto, alcalde de Campillo de Ranas, acató la ley, como deberían haber hecho quienes se rebelaron. Hoy, en Campillo de Ranas, se ha asentado una pequeña comunidad gay que se ha integrado bien en la vecindad. Campillo, sí quiero se vuelve a proyectar -ha inaugurado el Festival -, el miércoles 5 de noviembre, a las 20.00, en Lola Bar (calle Reina, 25).

Este Festival de cine lésbico y gay presta una atención especial a las mujeres homosexuales cuya invisibilidad, y sobre todo en las parejas de más de 30 años, es muy superior a la de los varones homosexuales. Sólo la visibilidad de los homosexuales de todos los estratos sociales logrará que se elimine de la sociedad esa siniestra caspa ideológica que pretende imponer que los homosexuales son seres anormales. La gran diferencia muy visible entre homosexuales y heterosexuales es sólo numérica. Es cierto que hay en la sociedad muchos más heterosexuales que homosexuales. Pero tampoco hay que olvidar que no poca gente que va de heterosexual pura y, aunque a veces quiera olvidarlo, en algunas ocasiones, se ha dado algún caprichito homosexual. Las estadísticas incluso hablan de un más del 50% de la población. Por tanto, pocas ínfulas con la heterosexualidad pura que, como la erróneamente llamada química pura, siempre es falsa. Despreciar y marginar a una persona por su tendencia sexual es tan vil como despreciarla por su débil situación económica, física, mental o intelectual.

Para eliminar la caspa cerebral hay que recomendar De Sodoma a Chueca. Una historia cultural de la homosexualidad en España en el siglo XX, un libro soberbio de Alberto Mira, profesor de la Oxford Brookes University. Ha publicado el libro la Editorial Egales, que comparte local con la librería Berkana en la calle Hortaleza, 64. Cuando, como Pitágoras, yo era filósofo, publiqué este verso: "¿Viviremos algún día en Sodoma?"

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