- Orgullo paradójico
- El Comercio, 2008-07-08 # Francisco de Borja Santamaría
AL contemplar en televisión o leer en la prensa las crónicas de las diversas celebraciones del reciente Día del Orgullo Gay, uno no puede menos de preguntarse: pero, ¿qué quieren? ¿qué buscan los que salen a la calle protegidos por el arco iris, subidos o acompañando a unas 'festivas' carrozas llenas de confeti, mostrando sus cuerpos semi-desnudos, con atuendos y gestos estrafalarios, haciendo ostentación de un amor sensual y desinhibido?
¿Un permiso para practicar el sexo como les gusta? No, ya lo hacen como quieren, cuando quieren y donde quieren. ¿Necesitan una legislación que impida algún tipo de discriminación en el disfrute de algún derecho laboral, social o de otro tipo? No, porque, afortunadamente, no sufren ninguna discriminación. ¿Quieren una ley que les equipare con el matrimonio? No, porque, lamentablemente, ya la tienen. ¿Quieren acaso poder adoptar hijos? Ya lo pueden hacer para desgracia, entiendo, de los adoptados a quienes se les va a desdibujar completamente la diferencia entre lo que significa ser padre y ser madre.
¿Qué quieren, entonces? Pues, lo que los gays y las lesbianas parecen querer es algo mucho más ambicioso y desmesurado. Lo que pretenden, y lo pretenden de una manera vehemente y combativa, es que el resto de la sociedad tengamos su misma escala de valores, compartamos su misma visión sobre la paternidad y la maternidad, y aceptemos la completa indiferencia en lo concerniente a las relaciones sexuales, dando por equivalente cualquier tipo de relación afectivo-sexual.
Quieren, ni más ni menos, que el resto de la humanidad les diga: es verdad; tenéis razón; es indiferente ser homosexual o heterosexual, a cualquier tipo de relación afectiva- sexo mediante- se le puede llamar matrimonio; a cualquier forma de convivencia -sexo mediante, no lo olvidemos- hay que llamarla familia; en fin, nos habéis convencido, sois absolutamente normales, más que nada, porque alguien ha decretado que no existe mayor injusticia ni perversión moral que la de distinguir entre normalidad y anormalidad.
No hay que confundirse. Gays y lesbianas no reclaman ningún derecho, ninguna libertad, que no posean; pueden vivir como quieren; pero no es suficiente; aspiran al estatuto de normalidad; y no hay mejor prueba de la normalidad que demanda el mundo gay-lésbico que el show que nos monta cada año.
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