- DISFORIA: LA OTRA CARA DE LA HOMOFOBIA
- EHGAM-DOK, 2008-05-17 # EHGAM
Este sábado, 17 de mayo, se celebra el “Día Internacional contra la Homofobia”, en conmemoración de tal día de 1990, cuando la OMS decidió sacar la homosexualidad de su lista de enfermedades psíquicas. Al hacerlo, se olvidó dentro la transexualidad y el resto de las sexualidades no-normativas.
Casi 20 años después, y cuando nuestras instituciones están valorando la conveniencia o no de celebrar oficialmente el evento, podemos hacer una revisión de lo que la decisión de la OMS ha supuesto para nuestra sociedad. Esta valoración la haremos desde dos puntos de vista, una desde la perspectiva de las personas que sufrieron y sufren todavía discriminación por sus diferentes opciones sexuales, y otra desde el Movimiento de Liberación Sexual y el cambio social experimentado.
Desde el punto de vista de la discriminación, tenemos que recordar que hasta el 17 de mayo de 1990 cualquier persona que sintiera algún tipo de deseo sexual hacia personas de su mismo sexo era considerada enferma mental. Así, podía encontrarse desde personas “piadosas” que sintieran que, al tratarse de enfermos, estos seres eran merecedores de comprensión y cuidados (siempre y cuando pusieran todo de su parte por controlar su “enfermedad”), hasta otras, más intransigentes, que abogaban por la reclusión, re-educación y/o eliminación física (no nos olvidemos de los campos de concentración nazis o soviéticos, ni de la ley de vagos y maleantes franquista).
Evidentemente, hoy podemos decir con alegría que en nuestro entorno los avances han sido notorios. Sin embargo, también debemos decir con tristeza que son mucho menos notorios de lo que debieran.
Existe una homosexualidad aceptada socialmente que se corresponde con aquella practicada por hombres, adultos, occidentales, bien situados económicamente, y con prácticas sexuales “clásicas”. Son, en suma, aquellas personas estereotipadas, fácilmente identificables en los Gay Pride, esos carnavales que nos estamos acostumbrando ya a ver en junio. En estos casos, podemos pensar que las relaciones homosexuales están casi normalizadas.
Por el contrario, si pensamos en adolescentes-jóvenes, en mujeres, en personas en situación económica precaria, en transexuales, en inmigrantes, y/o en practicantes de otro tipo de relaciones sexuales no normativas, como pueden ser las intergeneracionales, las de dominación/sumisión, fetichistas de todo tipo… el avance social es todavía prácticamente nulo.
Para hacernos una idea, en lo que respecta a los adolescentes podemos hacer referencia a un estudio reciente que indica que, tras los accidentes, el suicidio es su segunda causa de muerte, y que en un altísimo porcentaje de los casos lo hacen por no poder aguantar la presión homófoba/tránsfoba de su entorno. Espeluznante, ¿verdad? Esto aquí, entre nosotros; no en China ni en Irán.
Con respecto a las mujeres, una sola pregunta: ¿cuántos hombres gays puedes nombrar, y cuántas mujeres lesbianas? No hay menos lesbianas que gays, eso os lo podemos asegurar.
Sobre mujeres transexuales: hasta hace apenas nada, hasta anteayer, no eran sino frikys marginales dedicados fundamentalmente a la prostitución, y su presencia pública se limitaba a las películas de Almodóvar. Por su parte, los hombres transexuales ni siquiera han existido. Hoy, oficialmente, mujeres y hombres transexuales son personas enfermas: la naturaleza se ha “equivocado” con unos y otras, padecen lo que en psiquiatría llaman “disforia de género” y, como vivimos en una sociedad “avanzada” y “comprensiva” con estos casos, en vez de encerrarlos para siempre en un psiquiátrico les permitimos que se operen para “adecuar su cuerpo” al “género que de verdad sienten”, así como que puedan cambiar sus papeles oficiales. En el colmo de la progresía, en algunos sitios hasta podríamos llegar a permitir que todo esto no les costare un euro.
El Estado, a la hora de enfrentarse a la transexualidad, ha dictado una ley que pretende que cualquier transexual deba ser diagnosticado de “disforia de género” para poder acceder a los tratamientos necesarios para readaptar su cuerpo, y para poder cambiar el registro de su género en sus papeles oficiales. Si no está dispuesto o dispuesta a pasar por la consulta de un loquero o loquera, que la estudie, juzgue y categorice como enfermo mental, no consigue nada de nada. Esto supone una auténtica tortura.
Nos encontramos aquí ante una ley que fija una trans-normatividad, la cual impone una estricta moral médica y un sistema de géneros binómico. Nos encontramos ante una ley que crea, legalmente, una enfermedad psíquica llamada “disforia de género”. Nos encontramos, por tanto, ante una ley profundamente tránsfoba y homófoba.
Con esta ley no nos enfrentamos a la forma en que una sociedad afronta un problema cuantitativamente menor, el de la transexualidad, sino que nos enfrentamos a la resistencia de una sociedad a permitir que cada uno de sus ciudadanos construyamos la relación que queramos con nuestro propio cuerpo y con el de los demás. Esto es así porque, aunque los últimos cambios sociales han permitido que la gente se plantee que un hombre o una mujer pueda sentir deseo hacia otra persona de su mismo sexo, lo que no se le permite es que tenga dudas sobre cómo percibe el propio cuerpo y qué relación tiene con él. Es decir, a un hombre le puede gustar otro hombre, pero debe tener muy claro que es hombre. Si no, está enfermo y hay que curarle, aunque para ello haya que realizar una de las intervenciones quirúrgicas más traumáticas imaginables.
Si cambiamos el punto de vista y analizamos la situación desde la perspectiva de la lucha de liberación sexual, tenemos que comprender que la trascendencia, enorme, de la des-psiquiatrización de la homosexualidad por parte de la OMS en 1990 estriba en que por primera vez en occidente se considera la sexualidad humana al margen de su utilidad reproductora. Es decir, hasta ese momento había un uso médico y psicológicamente sano de la sexualidad, que era aquel que conducía a la reproducción, y todo lo demás era enfermedad. Se podía diferir sobre qué hacer con los enfermos, hasta qué punto se podía hacer la vista gorda con ellos y ellas o no, pero no en el hecho de que lo fueran. Fue a partir de ese momento cuando, en beneficio de las personas con deseos homosexuales, sí, pero también de absolutamente toda la sociedad, se empezó a considerar, desde el ámbito académico y legal, la sexualidad humana al margen de su capacidad reproductora. Al otorgarle a la sexualidad la función, al margen de la reproducción de la especie, de establecer las relaciones entre los ciudadanos, estructurando así la sociedad, se pueden admitir como válidas otras formas de deseo sexual. La vida, hoy, de toda la ciudadanía sería muy diferente sin esta resolución de la OMS, al menos en lo que respecta a nuestra sexualidad.
Si la lucha homo fue (y todavía es) liberalizadora para la sociedad en general, la lucha trans lo es tanto o más, ya que lo que pone en cuestión no es sólo cómo una persona puede ser libre para disfrutar de su sexualidad, sino también cómo puede serlo para construir su propio cuerpo, su propio género, su propia identidad. La lucha trans pone en duda que existan sólo dos posibles cuerpos físicos (macho y hembra), que existan sólo dos posibles géneros (masculino y femenina), que únicamente existan dos posibles identidades (hombre y mujer), y que tan sólo haya una posible relación válida entre un cuerpo físico, un género y una identidad (macho --> masculino --> hombre, hembra --> femenina -->mujer). La lucha trans pretende apoderarse del género para liberarlo, creando nuevas formas alternativas de entender y construir nuestro cuerpo, dirigiéndonos hacia una sociedad en la que sus ciudadanos no nos clasifiquemos por sexos, sino que todos y todas seamos diferentes independientemente de nuestros genitales, nuestras hormonas, nuestros labios, nuestras manos. Que la forma que adopten nuestros órganos sexuales no supongan, ni social ni psicológicamente, mayor trascendencia que la del color de nuestros ojos. La lucha trans supone, así, un paso más allá de la lucha homo por la liberación sexual de toda la sociedad.
La lucha por la des-psiquiatrización y la des-patologización de la transexualidad es la lucha de liberación social más importante que tenemos por delante en los próximos años, enfrentémonos a ella con determinación y energía. Y con las ideas muy claras: Disforia es Homofobia. (Def. Homofobia/Transfobia = Aversión a toda forma de expresión sexual y/o de género no normativa).