- Ante los "10 mandamientos electorales" de la Iglesia católica española
- Siglo XXI, 2008-02-12 # Alicia Martínez
Partiendo de la base de que toda persona, grupo, institución -la Iglesia católica, entre otras- o asociación pueden y deben opinar sobre aquellos aspectos que, social y políticamente, incumben a los ciudadanos en sus relaciones con el Estado, es legítimo también analizar el debate que las opiniones generan en la sociedad, dejando el tiempo prudencial para que se digiera el fondo de lo que se dice u opina.
Centrándonos en la última instrucción de los obispos, al socaire de la precampaña electoral, sorprende que éstos atenten, una vez más, contra la inteligencia de las personas preparadas. No sorprende que continúen manipulando, para sus exclusivos intereses, a una parte de la población que sigue viviendo entre la ignorancia, la superstición religiosa y el desconocimiento de la evolución humana como hecho admitido y consumado.
Analicemos la perversión ideológica de los dirigentes de una Iglesia que debiera desaparecer -lo decimos en términos de defensa y con todos nuestros respetos- para una mejor concordia entre los ciudadanos:
1.- Los católicos deben votar a un partido que respete la libertad de la Iglesia.
Que sepamos, la Iglesia permanece con sus privilegios. Cuestión distinta es la de que teman perder el último tren que les queda para que su invento milenario quede al descubierto. Vivimos en una democracia en la que el respeto a las libertades es una realidad. La Iglesia no debe poner en duda tan apreciada conquista política. Tal libertad se reconduce en una democracia con la igualdad, pues de lo contrario sus resultados serían nimios. Una democracia no admite la posibilidad de que un partido no respete la libertad de alguien. Por ello, es fatua e inconsistente, la primera proclama de la Iglesia, que se nos antoja a todas luces demagógica.
2.- Que tenga un programa compatible con la fe.
La fe es una creencia supuesta de la imaginación humana. Los programas políticos versan sobre las realidades coherentes y más solidarias de una sociedad. La fe, como estigma misterioso para que el hombre exista en una duda sin razón, no es aceptable para el desarrollo del hombre como persona en convivencia. Las religiones, históricamente, han hecho uso de la fe para mantener su hegemonía sobre los individuos. La fe de una Iglesia no se puede ni debe trasladar a la vida política de la sociedad, pues habría tantas y diferentes políticas como Iglesias existen. La fe religiosa produce monstruos históricos que han dividido a los hombres. Como consecuencia, quédese la fe de la Iglesia católica y de cualquier otra confesión, en los reductos de las iglesias, conventos, mezquitas y sinagogas de sus creyentes o en las mentes de aquellos que imaginan divinidades por doquier.
3.- Que defienda la dimensión moral de la vida.
La laicidad conlleva grandes dosis de respeto para y con la ciudadanía y una ética que es el eje del entendimiento en libertad hacia todos. La moral puede ser de lo más subjetivo, de ahí, que la Historia nos haya servido distintos tipos de morales según los tiempos, los intereses y las circunstancias. La moral de la Iglesia, por ejemplo, siempre ha sido una moral de doble rasero según intereses sociales y hasta políticos. La vida ha de construirse en un espacio de solidaridad entre los hombres. Las referencias morales sólo tienen sentido en su referencia a una ética universal comúnmente aceptada por los hombres.
4.- Que se atenga a la recta razón.
La razón de los gobernantes emana exclusivamente de la soberanía popular. Si los gobernantes basan su ideario y forma de proceder en una moral fundada en la razón de las ideologías subjetivas de las doctrinas, se abocan al fundamentalismo de la sin razón.
5.- Que defienda la vida humana en todas sus etapas. «Desde la concepción hasta la muerte natural»
La vida humana en nuestro país se defiende y ampara en y por la ley. Ningún partido político está legitimado para alterar la norma constitucional, exceptuando aquellos supuestos en los que socialmente se reclama la legalización del aborto o la regularización de la eutanasia como salvaguarda del libre desarrollo de la persona o de su puntual derecho a una muerte digna. Las leyes han de atemperarse a lo que socialmente pide la comunidad, teniendo en cuenta que la trascendencia de los hombres se deposita exclusivamente en el más acá que nos ha tocado vivir. Toda muerte es natural si el individuo acepta voluntariamente su extinción para evitar el sufrimiento de una vida esquilmada por el dolor. La vida no tiene etapas sino que es una sucesión de tiempo/espacio en evolución permanente. Sólo nuestro cerebro rige nuestro destino, de ahí que sea legítimo el derecho a morir con dignidad -caso de la eutanasia- que conlleva siempre una muerte tan natural como aquella que sucede en un accidente, por ejemplo.
6. Que defienda la familia fundada en el matrimonio. «La legislación debe reconocerle su ser propio y específico».
La familia forma parte de la estructura social de un país. Respetando al individuo, se defiende a la familia en tanto en cuanto la persona decida convivir en una colectividad más íntima. El matrimonio, como unión del hombre y la mujer, no garantiza per se la vida en familia. Toda persona que viva en unión familiar, sea del signo que sea, está amparada específicamente por la ley. Por ello, el individuo que no forma familia, tiene el mismo derecho que aquel que lo hace. La familia no es, en absoluto, una consecuencia del matrimonio tradicionalmente considerado sino el elemento de confluencia de las personas en una mayor intimidad social. Por eso, la Iglesia no debe confundir su peculiar sacramento matrimonial con la esencia básica de lo que es el núcleo familiar. La familia subsiste desde los tiempos pasados de nuestros ancestros, cuando decidieron que vivir en tribu les era algo más fructífero. De ahí, el hombre social tan compatible con el hombre familiar. Que sepamos, las leyes actuales, defienden a la persona y su entorno familiar, como ser propio y específico. La Iglesia no debe obviar tal reconocimiento existente, pues determina sólo la confusión de aquellos que olvidan nuestro pasado o lo ajustan al nacimiento de una doctrina, la cristiana.
7. Que no excluya a Dios ni a la religión. «No es justo tratar de construir artificialmente una sociedad sin referencias religiosas».
El Dios de las religiones tradicionales -cristianismo, islam y judaísmo- es una mera referencia histórica de aquellos que lo hicieron suyo, inventándolo o reinventándolo cada uno a su manera, para conjurar el miedo a la muerte o a la soledad de los hombres. Las sociedades deístas son tan artificiales como sus doctrinas que se basan en el poder teocrático, muy alejado del que justamente ha creado el hombre en la libertad de la democracia. Las referencias religiosas sólo tienen valor en tanto en cuanto aceptan y asumen las bases de un mundo más equilibrado en solidaridad. Como consecuencia, Dios ha de estar excluido de los avatares del hombre por inexistente.
8. Que no imponga Educación para la Ciudadanía. «Lesiona el derecho de los padres a formar a sus hijos conforme a sus convicciones».
Los padres y los hijos han de convivir racionalmente interiorizando los valores de una ética universal. Como ciudadanos, todos, estamos en la obligación de aprender las normas y los valores sobre los que se basa una sociedad libre y democrática, independientemente de las convicciones íntimas de carácter religioso que los padres pueden transmitir a sus hijos. Lo que no es admisible es utilizar el adoctrinamiento de una religión para moldear un tipo de sociedad que se ajuste a los intereses de una Iglesia hegemónica.
9. Que no negocie con ETA. «Una sociedad libre y justa no puede tener a una organización terrorista como interlocutor político».
Que sepamos, la doctrina cristiana y evangélica nos dice que amemos al prójimo, incluidos los enemigos, como a nosotros mismos. Nunca, a nadie, se le pueden cerrar todas las ventanas. Negociar no es claudicar sino intentar arreglar un serio problema que tiene nuestra sociedad.
10. Que ayude a inmigrantes y a mujeres maltratadas. «Algunas situaciones concretas deben ser tenidas particularmente en cuenta».
Este último mandamiento, no hay quien lo entienda, en tanto en cuanto el actual Gobierno ha mantenido una política de inmigración bastante tolerante y fluida y hasta ha legislado contra la violencia de género. Aquí, la Iglesia desvaría muy frívolamente.