- Una princesa griega que se ganó el cariño de los españoles
- La Reina ha conseguido que la admiren por su papel junto al Rey y por su cercanía a la gente, con la que, cuando vino a España a principios de los 60, existía una barrera invisible que con el tiempo y sobre todo con mucha dedicación ha logrado romper.
- La Opinión de Tenerife, 2008-10-30 # EFE
La princesa griega que llegó a Madrid como esposa de Don Juan Carlos en 1962 era mirada con recelo. Apenas hablaba español y, aunque su rostro era dulce y su sonrisa amplia, su aparente timidez le mostraba como una persona lejana.
Cuarenta y seis años después, los españoles tienen una percepción bien distinta de la Reina porque la han visto representar a España, reír y jugar con sus nietos, llorar en público y sobre todo apoyar a los ciudadanos cuando las desgracias se han cebado en la población.
En cuanto se supo de la tragedia del 11 de marzo de 2004, Doña Sofía se puso a seguir de cerca los acontecimientos y, tan pronto fue posible se desplazó a los hospitales para acompañar a los que habían sufrido las consecuencias de la masacre.
Las lágrimas en el rostro de la Reina se vieron en 1993, cuando asistió al entierro del padre del Rey, Don Juan, en el Monasterio de El Escorial. Los españoles habían podido observar tres años antes su rostro entristecido cuando acudió a consolar a los padres de los adolescentes que fallecieron en un accidente de autobús en Soria y así decenas de veces.
Pero nada como cuando, el 24 de marzo de 2004, al terminar en la Catedral de la Almudena el funeral de Estado por las 191 víctimas del peor atentado terrorista de la historia de España, la Reina trató de dar un consuelo imposible a los allegados de los muertos.
Su calidez rompió por unos segundos los sentimientos de odio y el dolor de los corazones rotos se vio ligeramente aliviado.
Doña Sofía está con el pueblo siempre que puede y los detalles que tiene, muchas veces imperceptibles, forman parte de una forma de ser que se gana inmediatamente a los que la conocen.
La Reina es incansable y casi siempre agota a los que tiene a su lado. Su sonrisa está siempre en su cara, aunque lleve de pie más de dos horas para saludar a los cientos de invitados a una recepción o asista a tediosos actos oficiales, que, en ocasiones, parecen calcos de otros muchos en los que ha estado en los casi 33 años de reinado.
Raramente se queja, ni siquiera cuando un "trancazo" importante apenas le permitía sostenerse en pie durante uno de sus viajes a Asia.
A la Reina le gusta aprender y por eso pregunta. Pregunta mucho.
Allí donde va sorprende a sus interlocutores con los conocimientos que posee sobre los distintos temas, y también le gusta, al cabo de una de esas maratonianas jornadas de trabajo en cualquier lugar del mundo, recabar opiniones de sus colaboradores sobre cómo ha ido el día.
Y ese querer saber y esa cercanía es la que le llevan a acercarse a las personas que están a su alrededor y a interesarse, sin ningún protocolo, por aquellas a las que sólo ve de vez en cuando.
Siempre consciente de donde está, Doña Sofía sabe perfectamente cuando puede hacer una de esas bromas que tanto le gustan, como el pasado 12 de octubre cuando vio al Rey rodeado de periodistas y no pudo reprimir exclamar divertida: "solo ante el peligro".
La figura de la Reina como esposa, madre y abuela es la más conocida, porque ella no oculta el reconocimiento y el respeto que tiene por el Rey, y también admiración, la misma que despiertan en ella sus hijos, sus nietos, al igual que sus yernos y su nuera.
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