- ¿Crimen homófobo en La Mancha?
- Dos Manzanas, 2008-12-20 # Jesús Flores
Este lamentable suceso estaría llamado a engrosar la abultada relación de infortunios que todos los días ocurren en “ninguna parte” de nuestro territorio nacional, si no fuera precisamente por el hecho –advertido de inmediato con estremecimiento por cualquier homosexual que resida en los alrededores-, de que el Polígono industrial de Manzanares –un paraje alejado y poco iluminado, formado por una enmarañada red de calles interiores-, es a esas horas de la noche un conocido y concurrido lugar de encuentro entre homosexuales, una importante “cruising area” en el corazón de La Mancha de Don Quijote; algo que, además, es “del dominio” de toda la comarca desde hace décadas.
Sin embargo, un elocuente silencio se ha abatido sobre esta última circunstancia –sobre lo que precisamente ocurre en ese escenario vedado-, tiñendo el suceso de esa casposa moralidad que no termina nunca por abandonar estos lugares de España. Ni en las investigaciones policiales, ni en los momentos posteriores a la misma, ni en las declaraciones de los testigos, ni en las redacciones de los medios locales de prensa y televisión, se ha llegado siquiera a sugerir que el móvil pudiera ser no tanto el robo como la agresión homófoba o, cuando menos, ambas cosas a la vez, como si fuera un dato que avergüenza a la sociedad y que, por tanto, debe ser ocultado. ¿Por qué este significativo silencio en la España del matrimonio homosexual?
Que los asaltos tuvieran lugar en una zona y a unas horas propicias para el encuentro entre hombres no significa que las personas agredidas fueran necesariamente homosexuales. Incluso, por esas terribles casualidades de la vida, es hasta probable que los agredidos no lo fueran, factor sobre el que no podemos entrar a juzgar, pues pertenece a la intimidad de las personas involucradas.
Cosas como las que han ocurrido en Manzanares nos deberían avisar, frente a las apariencias de la política oficial de estos últimos tiempos, de la limitada penetración en todas las capas y sectores de la población, aún en los más jóvenes, de los derechos y libertades constitucionales que tienen que ver con la garantía de la no discriminación por la orientación sexual de las personas. Sobre esta cuestión, tan sólo hace unos días una encuesta nos advertía de que el 16% de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años rechazan el matrimonio homosexual. Precisamente los agresores de Manzanares tenían edades comprendidas entre los 18 y los 22 años. ¿Una casualidad?
Manzanares es uno de esos municipios -hasta completar los algo más de 8.000 existentes en toda España-, en los que no hay asociaciones de gays y lesbianas, ni bares de ambiente, ni teléfonos de información al homosexual, ni festivales de cine gay, ni barrios rosas, ni banderas del arco iris en las calles, ni plenos monográficos del Ayuntamiento donde se propongan y debatan políticas municipales orientadas a los específicos problemas de estas personas –pues también en los pueblos hay homosexuales-, ni publicaciones especializadas… Para muchos tan sólo existe ese “lugar prohibido” –un brokeback mountain real- en el que una vez a la semana los hombres pueden encontrarse libremente con otros hombres en igual situación, un espacio donde no necesariamente se busca obtener sexo rápido, como mucha gente puede creer equivocadamente.
En este escenario –el del páramo manchego- el homosexual puede llegar a sentir la soledad hasta el grito y el delirio. Para dar ese trascendental paso de la aceptación de la propia identidad sexual es necesario –aún hoy, reconozcámoslo- haber superado antes el calvario del temor, incluso del terror, a asumir la propia homosexualidad frente a un grupo social reducido, el del pequeño vecindario, en el que la diferencia tiene una difícil cabida, todo ello aderezado con las constantes admoniciones estigmatizantes de esos sectores de la cultura tradicional que tanto peso siguen teniendo en el mundo rural.
Manzanares está lejos de las populosas ciudades –de Madrid, Barcelona, o de Albacete o Toledo- y, por tanto, de la cultura oficial. En esas ciudades una persona puede vivir con cierto desenfado su homosexualidad aprovechando la invisibilidad que propicia la urbe, pero, desgraciadamente, no ocurre lo mismo en las pequeñas poblaciones.
En una Comunidad Autónoma eminentemente rural -como la de Castilla-La Mancha-, en la que su Presidente socialista acude a rendir tributo al Arzobispo de Toledo tras su nombramiento como Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino, el mismo día en el que El Vaticano acababa de alinearse formalmente con aquellos Estados que defienden la pena de muerte para los homosexuales, no resulta nada fácil convencer a sus conciudadanos –lanzando mensajes de engañoso progresismo- de que en lo concerniente a los problemas de la minoría de gays y lesbianas se están adoptando las decisiones adecuadas.
En lo ocurrido el otro día en Manzanares, en el silencio de toda una comunidad ante una agresión con connotaciones claramente homófobas, se encuentran los principales ingredientes de la típica tragedia ibérica: la España oficial frente a la real, el miedo, la desinformación, la desidia, el descuido, el abandono de los más débiles por los que ostentan en cada momento el Poder político.
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