2008/10/26

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  • Tan ciego no será ...
  • El País, 2008-10-26 # Editorial

Uno de los argumentos más clásicos contra el darwinismo es el problema de la 'preadaptación'. El ojo es sin duda una adaptación para ver, pero su evolución exige pasar por la décima parte de un ojo (la 'preadaptación'), y ¿para qué sirve eso? Las aves tienen plumas, pero basta echar un vistazo a una gallina para comprobar que eso no basta para volar. De hecho, sabemos que las plumas evolucionaron en los dinosaurios antes que el vuelo, por muy útiles que resultaran después para él: las plumas son una preadaptación al vuelo. Entonces, ¿por qué evolucionaron?


Los biólogos han conjeturado hasta ahora que las plumas pudieron aparecer como un aislante térmico, por la simple razón de que lo son. Pero el recién anunciado descubrimiento del dinosaurion jurásico Epidexipteryx ("alarde de plumas", literalmente), que vivió en China hace 160 millones de años, parece quitarles la razón. Y dársela en cambio a John Maynard Keynes.


Un tabloide británico publicaba las fotos de cien bellezas para que sus lectores eligieran a cinco. Pero le daban el premio al lector que hubiera votado... ¡a las cinco que ganaran! La gente, claro, aprendió enseguida a votar no por las caras que más le gustaban, sino por las que creía que más le iban a gustar a los demás. La Bolsa, vio Keynes, funciona igual, y ello la hace proclive a los juegos de espejos. Un buen ejemplo es el actual índice de confianza del consumidor (ICC), que viene a medir las creencias de la gente sobre las creencias de los demás.


La décima parte de una cola -cuatro plumas sueltas- no le servía a Epidexipteryx para volar, ni para aislarse del frío. Al pequeño dinosaurio jurásico, como a los concursantes de Keynes, no le importaba tanto para qué sirvieran esas plumas como para qué pensaran los demás que servían, sobre todo si los demás eran del sexo opuesto. Como las aves actuales, con casos tan espectaculares como el pavo real, y como la economía financiera, donde no hace falta citar casos extremos, Epidexipteryx usaba sus plumas para seducir. Charles Darwin creía que el amor es un motor de la evolución. Tan ciego no será si mueve el mundo.

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