- La homofobia en las comunidades musulmanas
- Mugak, n. 43, 2008-08-01 # Abdennur Prado · Presidente de la Junta Islámica Catalana y autor del libro El islam anterior al Islam, ed. Oozebap, 2008
- Este artículo ha sido publicado originalmente en el nº 31 de la Revista Pueblos, marzo de 2008
En un principio no existen diferencias entre la homofobia en el ámbito islámico, judío, cristiano o budista. Una fobia es una fobia, una patología que puede definirse objetivamente, con independencia de la religión. Pensar lo contrario sería extraño, tanto como hablar de la varicela en el islam o el cristianismo. Aun así, es necesario hacerlo en relación a la homofobia, desde el momento en el cual existen determinadas personas que pretenden justificar su patología en base a las enseñanzas de su religión. Pues es en la religión donde, en primer lugar, los homófobos van a buscar sus argumentos. El motivo es fácil de comprender. La homofobia es una enfermedad que no sólo no se reconoce como tal, sino que se pretende hacer pasar por normal, invirtiendo los papeles. Y esta inversión perversa de lo evidente necesita de una justificación sobrenatural. Es más fácil odiar si uno piensa que el odio ha sido decretado por Dios.
En el ámbito islámico, los homófobos se remiten en primer lugar al Sagrado Corán, en concreto a la historia del profeta Lot. Se afirma que Dios condenó a las gentes del pueblo de Lot por practicar la homosexualidad, lo cual es simplemente falso. Una lectura minuciosa de estos versículos lleva a la conclusión de que no hay ni una sola mención explícita de la homosexualidad, tan sólo de la promiscuidad sin freno y de la violación, además de la trasgresión de las leyes de la hospitalidad. Cuando el pueblo de Lot quiere poseer a los ángeles de Dios, no se trata de homosexualidad, entendida como amor entre personas del mismo sexo, sino de un intento de violación. Algunos confunden lo uno con lo otro, y citan estos versículos para demostrar que Dios ha condenado la homosexualidad. Esta presunta justificación coránica de la homofobia no parece suficiente. Los teólogos siempre han sentido la necesidad de explicar de forma más o menos racional los contenidos de la revelación. Si (se supone que) Dios condena la homosexualidad, no puede ser por simple rechazo, sino porque ésta es perturbadora de un orden social sagrado, en el cual los individuos deben ocupar un papel preestablecido. Este argumento es de orden social y podríamos etiquetarlo como el principio de la complementariedad entre los sexos. Los teólogos musulmanes nos presentan una visión de la pareja fundada sobre una armonía preestablecida de los sexos, que supone una complementariedad esencial entre el hombre y la mujer. Esta complementariedad es creativa y procreativa, y tiene como objeto mantener el orden social y perpetuar la especie. Ante esta rigurosa bipolaridad, cualquier expresión o planteamiento que trate de romper o difuminar la frontera entre los géneros es vista como una aberración contra natura y, lo que es peor: como una tendencia destructora de la sociedad. Todo lo que viola el orden sagrado no es más que un “desorden”, fuente de mal y de anarquía. De ahí la doble condena, moral y penal, a que se ven abocados los homosexuales. Si nos fijamos bien, estos argumentos son puramente materialistas, y de un materialismo de lo más grosero. Pero también se trata de argumentos con una base política concreta, en los cuales la defensa de la razón de Estado pasa por encima de los derechos de los individuos. Aquí la homofobia deviene ideología, y el homófobo se identifica con el propio Estado, que a su vez es situado como garante del orden religioso. Se invocará la salud del cuerpo social, la misma metáfora empleada para justificar la expulsión de los moriscos de la España inquisitorial, o el genocidio de los judíos y de los homosexuales en la Alemania nazi. No nos olvidemos de esta dimensión política de la homofobia, ya que es una constante a lo largo de la historia. La homofobia es pues una enfermedad psico-social, del mismo grupo que otras enfermedades parecidas, como el racismo, la xenofobia o la islamofobia. Esta dimensión política de la homofobia se ve claramente en el otro argumento esgrimido por los homófobos en círculos islámicos. La aceptación de la homosexualidad, se nos dice, es una tendencia que viene de Occidente, y por ello una amenaza para las sociedades musulmanas. Este argumento (que no es muy religioso que digamos) es esgrimido una y otra vez por clérigos situados en cargos de prestigio, como son rectores de universidades islámicas, grandes muftíes o imames de grandes mezquitas.
La triple discriminación
Las dificultades habituales de los colectivos LGTB aumentan en el caso de los musulmanes que viven en Occidente. Como minorías sexuales en el interior de una minoría religiosa, están expuestas a una doble, incluso triple, discriminación. El discurso de la homofobia está tan arraigado en las comunidades musulmanas que apenas necesita verbalizarse para hacer que el injuriado sienta el estigma de ser tal y como Dios lo ha creado. Problemas frecuentes derivan del desconocimiento en épocas adolescentes, sorpresa y vergüenza al descubrir su tendencia sexual. En el caso de jóvenes que crecen en comunidades musulmanas, cohesionadas por lazos familiares y de procedencia común, se produce un conflicto con el entorno. Se encuentran con numerosas presiones para que no desarrollen su homosexualidad, produciéndose matrimonios más o menos forzados. Se produce un sentimiento de dualidad y de fractura interior, ya que a los jóvenes se les ha inculcado la idea de que no se puede ser al mismo tiempo homosexual y musulmán. Sienten que deben escoger, con todo lo que ello implica. En estas épocas se han detectado casos clínicos de angustia, ansiedad y depresión. En este contexto hace su aparición la figura siniestra del “homófobo compasivo”, que se acerca al homosexual como a un hermano en el islam: te ayudaremos, confía en Dios, Él todo lo puede. En este punto al homófobo le gusta mostrarse tolerante, y aconseja al homosexual mantener su sexualidad en privado. Todo ello conduce a una fase de ocultación y a situaciones de clandestinidad. El joven, que no puede negar su homosexualidad, pero sabe que no va a ser aceptada por su entorno, actúa de modo hipócrita, lo cual aumenta su frustración y su sentimiento de culpa.
El reconocimiento público de su homosexualidad provoca una ruptura con el entorno familiar y comunitario. Conduce a situaciones de aislamiento y soledad, especialmente grave entre aquellos gays y lesbianas que quieren conservar su cultura y religión, y se ven enfrentados a reacciones violentas de los familiares. Debe tenerse en cuenta que algunos se han casado jóvenes. La ruptura del matrimonio significa una conmoción, que afecta a dos familias, generalmente extensas. Se viven situaciones de tensión en la comunidad, y la frustración de maridos y esposas. Al mismo tiempo, se ven enfrentados al rechazo que sufren a menudo los musulmanes en países occidentales, y constatan la islamofobia existente entre los colectivos gays y lesbianas. No se sienten identificados con los lugares llamados “de ambiente”, con todo el componente asociado de alcohol, drogas y promiscuidad. Se sienten casos únicos, aberrantes, casi extraterrestres, sin referencias. A ello se suman las dificultades para encontrar trabajo y vivienda. No acceden a los vínculos de solidaridad propios de los lazos familiares y comunitarios y sufren las discriminaciones habituales hacia los colectivos inmigrantes de origen musulmán. Éste es, mucho me temo, el panorama desolador de la homofobia dentro de las comunidades musulmanas. Es pues necesario romper el silencio, denunciar claramente la homofobia que existe entre los musulmanes. Como contrapartida, en las últimas décadas asistimos a la emergencia de numerosas asociaciones de gays y lesbianas musulmanes, así como notables intelectuales musulmanes que se han destacado en su defensa de la libertad de las minorías sexuales. A veces una sola voz puede hacer que muchas personas se sientan reconfortadas, que sientan que no están solas en sus padecimientos, que hay muchos musulmanes que nos negamos a aceptar que la patología se señoree sobre nuestra religión.
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