- Laicidad constitucional
- El Diario Vasco, 2008-01-11 # Carlos García de Andoin
Unos califican la política socialista de «laicismo radical» (Agustín García-Gasco). Para estos, la legislatura ha estado marcada por el acoso legislativo y político infligido al mundo católico. De hecho el pensamiento tradicionalista, que en España es católico, ha visto en el matrimonio de personas del mismo sexo,
Otros consideran que «el laicismo sólo puede ser radical» (Juan Luis Cebrián). Para estos, la política socialista ha sido de un laicismo descafeinado. Esperaban la aplicación de políticas de avance hacia un Estado más laico pero el Gobierno, consideran que por excesiva prudencia o temor, se ha rendido a las exigencias de la jerarquía católica. Para más inri, fruto de una igualdad de trato mal entendida, el Ejecutivo ha extendido privilegios impropios de un Estado laico a las otras confesiones religiosas, por ejemplo, la enseñanza del Islam en la escuela pública o el acuerdo en la detracción del impuesto de la renta con los protestantes. Estos olvidan que la laicidad a aplicar debe ser la constitucional, que habla de separación entre Estado y cualquier tipo de confesión religiosa pero también de «relaciones de cooperación».
Pues bien, la política religiosa del Gobierno socialista se ha desarrollado en franca coherencia con los tres principios que enhebran la concepción constitucional de laicidad: la promoción efectiva de la libertad religiosa (16.1), la no confesionalidad del Estado (16.3a) y la cooperación con las confesiones religiosas (16.3b). Desde estos vectores, tras un inicio ciertamente confuso, se han definido y madurado las tres principales líneas de la acción de Gobierno.
La primera, el decidido empuje a la superación de la desigualdad de trato del Estado hacia las confesiones religiosas minoritarias en conformidad con el derecho a la libertad religiosa y con el pluralismo religioso creciente de la sociedad española. El signo más elocuente ha sido la creación de
La segunda, las políticas de diálogo y acuerdo con la comunidad católica, que es de justicia reconocer y apreciar, algo que se hace más en el Vaticano que en España y aquí en todo caso con la boca pequeña. Varios acuerdos a destacar: 1) el acuerdo con
La tercera línea de acción política ha sido una afirmación clara de la independencia del Ejecutivo y el Legislativo de acuerdo con el principio de laicidad del Estado. Aunque ha oído y reconocido la contribución de las religiones a la deliberación pública propia de una sociedad democrática, no obstante ha hecho valer la responsabilidad con el bien público general y sobre todo su fidelidad al mandato de la soberanía popular. Así ha sido, por ejemplo, en el desarrollo de políticas inspiradas en los Derechos Humanos, como la extensión en la titularidad de derechos, la no discriminación por sexo y religión, la investigación genética, la igualdad de género o la educación de niños y adolescentes para una ciudadanía democrática, más allá del desacuerdo con determinadas sensibilidades de determinados sectores religiosos. El gobierno es de los hombres, no de dioses. Se puede discrepar de las políticas, faltaría más, pero no cuestionar su motivación ética, menos aún negar su legitimidad.
Hay quienes quieren colocar en el centro de la política religiosa una eventual revisión de los Acuerdos Estado español-Vaticano. Siendo verdad que permanecen en ellos restos de nacional-catolicismo, caso de la relación entre Iglesia católica y Ejército, tal planteamiento no resiste un principio de coherencia con la política desarrollada en esta legislatura. Ello supondría una carga de conflicto que implicaría riesgos ciertos y magros beneficios, y lo peor, supondría el desaprovechamiento estéril de valiosas energías sociales. De modo especial, en este momento, la política religiosa puede y debe ser sobre todo un instrumento inteligente para afrontar el desafío principal de nuestra sociedad: la integración de los inmigrantes en el nosotros social. La integración debe tomar al inmigrante no sólo como mano de obra, sino como persona, con su identidad y tradiciones. Éstas deben entrar en un proceso de diálogo y recreación desde la integración en la cultura y las leyes del país que les acoge. Éstas a su vez deben abrirse al reconocimiento a la diferencia. En estos procesos no bastan los agentes económicos y políticos, son decisivos los actores culturales y religiosos. Hay que crear suficientes alianzas con estos de modo que sea posible neutralizar las identidades religiosas y culturales como factor de división social al servicio de políticas reaccionarias y xenófobas.
José Luis Rodrígez Zapatero y especialmente María Teresa Fernández de
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