- ¡Euforia de género!
- Puntos suspensivos, 2008-07-16 # June Fernández
La ley de Identidad de Género promovida por el Gobierno de Zapatero se presentó como una norma pionera y progresista a más no poder. Es cierto que supone un avance, puesto que permite realizar el cambio de nombre a personas que decidan no someterse a la operación genital que, en el caso de las mujeres biológicas que viven en el género masculino, es especialmente peligrosa, cara e insatisfactoria.
Sin embargo, mucho queda por lograr. Para tramitar el cambio de sexo, las personas transexuales tienen que haber pasado dos años de hormonación, haberse sometido a terapia psiquiátrica y tienen que acreditar la disforia de género, una patología psiquiátrica que consiste en sentir aversión por tu propio cuerpo. La transexualidad está incluida desde 1973 en los catálogos internacionales de enfermedades, como también lo estuvo la homosexualidad. Es decir: para que una persona pueda vivir en el género que siente como suyo, tiene que agredir su cuerpo con hormonas sintéticas, pedir permiso a la psiquiatría y reconocer que tiene una patología médica, que está enferma y trastornada. Hoy me encuentro en el periódico con que para pedir ayudas para realizar cambios de sexo, el departamento de Asuntos Sociales del Gobierno vasco (lo lleva Ezker Batua) exige acreditar disforia de género.
Muchas personas progresistas, nada sospechosas de ser homófobas, me han dicho que no entienden la transexualidad, cómo una persona puede rechazar su cuerpo y agredirlo para cambiarlo. La cuestión es que esa agresión no es voluntaria, sino impuesta por ley y por la rigidez de sexos y géneros que articula esta sociedad.
El concepto de género lo inventó un médico que realizaba reasignaciones sexuales a bebés intersexuales. Para combatir la evidencia biológica de que los cuerpos no son sólo femeninos o masculinos, el médico creó la categoría de género de manera que, desde entonces, se realizan operaciones genitales a los bebés para que se ajusten a los dos únicos géneros que admite esta sociedad. Me parece una barbaridad que se realicen castraciones a bebés que no tienen capacidad de decidir para meterles en el corsé de los géneros. Os recomiendo que veáis la película argentina XXY, sobre una adolescente hermafrodita que se cuestiona si el género femenino que le impusieron al nacer es el que siente suyo.
Frente a esa rigidez, hay muchas personas reivindicando la multiplicidad de los sexos y el respeto a la misma. La presión social puede llevar a un transexual a implantarse un pene que le puede provocar la pérdida de placer, infecciones y todo tipo de complicaciones. No le podemos culpar por ello, ya que es inevitable empaparse por los principios en los que nos han socializado. Pero hay personas que se rebelan y que nos dicen que pueden ser mujeres sin pechos y con pene; hombres con vagina, pechos y sin barba, porque así se sienten y así lo deciden. Hay quien da un paso más y se niega a entrar en la categoría de mujer o en la de hombre, definiéndose como transgénero.
¿Por qué algo tan íntimo como la identidad de género es un asunto de Estado que tiene que ser regulado? ¿Por qué, como se pregunta Beatriz Preciado en Testo Yonqui, no hay trabas para operarse la nariz pero hay que seguir un interminable protocolo médico, psiquiátrico y legal para operarse los genitales? ¿Por qué me puedo cambiar de nombre y ponerme Penélope pero no Imanol? Porque la posibilidad de que cada cuál sea libre de desarrollar su sexualidad y construir su identidad de género es todo un atentado al sistema heteropatriarcal. Imaginad que, en un mundo en el que los hombres siguen ostentando el poder, haya un acceso libre a la testosterona sintética, y cualquier mujer se pueda convertir en hombre. Por ello, el propio Preciado relata en Testo Yonqui su experiencia de toma de testosterona, no como un proceso de cambio de sexo sino como un acto de terrorismo de género por parte de una persona a la que se le ha impuesto ser mujer cuando nunca lo ha sentido, y a la que se le da como única alternativa ser hombre tras pasar por procesos médicos, psiquiátricos y legales.
Todo ésto igual os resulta muy ajeno, pero pensad por un momento en el sinfín de actos cotidianos que hacéis para ajustaros al género que os han impuesto y que ya tenéis normalizados. Por ejemplo, quitarse esos pelillos de la cara que no son propios de una mujer. ¿Cómo es que algo que tienen la inmensa mayoría de mujeres no es propio de ser mujer? Si sumamos las personas que nacieron hermafroditas; las personas transexuales y transgénero; los hombres que sienten que no encajan con el modelo hegemónico de hombre; las mujeres que se revelan ante los valores femeninos que se les imponen... ¿Seguro que es tan natural e inamovible pensar en que sólo podemos ser hombres o mujeres? Creo que estas reflexiones no son sólo interesantes para las personas transexuales, sino que resultan liberadoras para todas, para entender que tanto el género como el sexo son construcciones sociales, performatividades (como dice Judith Butler, principal referente de la teoría queer) impuestas.
El colectivo Guerrilla Travolaka es un grupo activista político que defiende estos principios de libertad personal. Ante la disforia de género, su lema es ¡euforia de género! En su web podéis ver unas magníficas fotografías que rezan otros lemas como "¿Qué tienen de masculinas mis cicatrices?". Se presentan así:
Ni homes, ni dones. Ni disfòrics, ni transtornats, ni transsexuals. Només som guerrilleres o guerrillers segons el moment. Pirates del gènere, buscadors de tresors. Som Trans-resistents, Trans-guerrilleres, Trans-ciutadanes, Travolakes, Drag-Kings i DragQueens. Dissidents de l’heteropatriarcat.
Y por si alguien sigue pensando que es necesario tener pene para ser hombre, ¿no os parece que éste de la izquierda es un hombre? Es Lazlo Ilya Pearlaman, actor y director de teatro transexual que nos deleitó en el seminario Feminismopornopunk con unas maravillosas performances en las que, tras exhibir toda su masculinidad, se desnudaba y mostraba (para sorpresa de las mentes prejuiciosas que esperábamos encontrarnos con un gran pene) orgulloso su vagina.
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