- La jardinera y el niño activista
- A la lucha en Suráfrica contra la atroz plaga del sida y las supersticiones en torno a ella están entregados Nonkosi y su ayudante Warrington, un seropositivo de 11 años
- El País, 2008-08-21 # John Carlin
Nonkosi Ndalasi, que hoy tiene 66 años, comenzó su carrera como enfermera en 1963, el periodo más funesto y desesperado de la era del apartheid para los surafricanos negros como ella, con Nelson Mandela en la cárcel y el resto de los dirigentes del Congreso Nacional Africano a punto de ser detenidos. Aparte de las indignidades diarias que le dispensaba el sistema -le negaba el voto, una educación decente, la libertad de circulación, el acceso a los parques, las playas, los autobuses y los aseos públicos reservados a los blancos-, recuerda el terror de ver vehículos blindados de la policía entrando en su barrio, cerca de la ciudad de Port Elizabeth, en el sureste de Suráfrica, y cuando los soldados irrumpían en su casa y se llevaban los cuchillos y los tenedores por la sospecha de que pudieran utilizarlos como armas "terroristas".
Luego llegó la liberación, cuando Mandela fue elegido presidente en 1994, pero la alegría de aquel momento duró poco, porque casi inmediatamente empezó a extenderse la epidemia del sida, que convirtió Suráfrica en el país con el mayor número de personas vivas con VIH -cinco millones o más en la actualidad, una generación perdida, como en tiempo de guerra- del mundo. Enfermera pediátrica hasta su jubilación, en 2001, en sus últimos años de trabajo vivió obsesionada y en vela noche tras noche. Por lo menos una vez a la semana iban a verla niños que habían sufrido abusos sexuales. En muchos casos habían contraído el VIH, en una época en la que no existía ningún tratamiento en Suráfrica y el virus equivalía a una sentencia de muerte. "En algunos casos tenía que ver con la superstición que difundían los curanderos tradicionales de que la cura para el sida consistía en mantener relaciones sexuales con un menor", cuenta, recordando la época más deprimente de su vida.
Pero no se dio por vencida, y ahora, cuando lleva cinco años jubilada, se dedica plenamente a la causa de la próxima generación, cuya esperanza se encarna en un niño menudo y flaco con el que no tiene ningún lazo de sangre pero al que adora como si fuera su nieto favorito.
"La primera vez que vi a Warrington, pensé: 'Este niño es muy, muy especial", cuenta, mientras le abraza -tiene 11 años, menudo, delgado, con la nariz llena de mocos, exquisitamente dulce y con engañoso aire de inocencia- contra su vientre. "Es seropositivo desde que nació, y su madre murió cuando tenía seis años. Pero está lleno de amor -le horroriza que insulten o hieran a otros niños- y es muy valiente. Le llamo 'el activista', porque no sólo habla sin tapujos de su enfermedad, pese a que la gente es cruel y a veces se ríe de él, sino que insiste en ir por todas partes predicando el mensaje de la prevención contra el sida y el tratamiento antisida".
Es el único varón entre 30 niños reunidos en un campo de fútbol en el que nos encontramos que ha tenido el valor de reconocer sin tapujo su condición de seropositivo. Warrington, que vive con unos padres de acogida terriblemente pobres pero terriblemente bondadosos, habla de forma habitual en programas de radio sobre el VIH, habla en escuelas e iglesias; en una ocasión, incluso le llevaron en avión a Ciudad del Cabo para aparecer en un programa de televisión. "El ruido del avión", dice, "me daba mucho miedo. Pero me encantó estar entre las nubes".
En las nubes es donde habría estado, en el mejor de los casos, si el presidente Thabo Mbeki se hubiera salido con la suya; si no le hubieran convencido, por fin, en 2004, de que debía ceder a la razón y abandonar su oposición a los fármacos antirretrovirales (ARV) que han surtido tanto efecto que, en Occidente, el VIH es hoy un virus controlable. Mbeki insistió durante años en decir que eran tóxicos e ineficaces, porque se negaba, con una irresponsabilidad catastrófica, a creer las pruebas científicas que relacionaban el VIH con el sida.
El carácter supersticioso de Mbeki y su obstinada falta de liderazgo, unidos a las creencias populares de que ser seropositivo es estar embrujado y, por tanto, socialmente estigmatizado, han hecho que la tarea de implantar los ARV haya sido mucho más difícil de lo que podía haber sido. Y ahí es donde intervienen Nonkosi y Warrington y donde el campo de fútbol en el que nos encontramos tiene una utilidad muy valiosa.
"El mensaje que transmito es que, ante todo, la gente debe superar su miedo y dejarse hacer la prueba del VIH", explica Nonkosi, una mujer que oscila en un abrir y cerrar de ojos entre la seriedad más grave y la risa desternillante. "En segundo lugar, deben ser sinceros sobre su condición si son positivos, para poder obtener tratamiento y para que sus familiares y amigos les apoyen. Tercero, tienen que seguir un régimen de tratamiento, que es muy riguroso y debe ser observado durante el resto de su vida. Esta última parte es en lo que consiste principalmente mi trabajo: seguir la pista de los que no cumplen, viajar a todas partes para encontrar a niños que, por lo que me informan los hospitales, no están siguiendo las reglas de los ARV".
Warrington el activista explica el mensaje de Nonkosi en sus aventuras como predicador. "Explico a la gente que los ARV ayudan y que es un error creer que te hacen enfermar. No me canso. Siempre me divierto. Pero advierto a todos que, cuando empiezan, tienen que seguir o, si no, volverán a estar enfermos y pondrán sus vidas en peligro. Si sigues el régimen te curarás, como me he curado yo. En la clínica veo a otros niños que toman los ARV, y están gordos y tienen unas caras preciosas".
Las caras preciosas abundan en el campo de fútbol, donde los niños se apiñan en torno a Nonkosi como pollitos alrededor de una gallina clueca. El fútbol, la gran religión mundial, cuenta con fieles tan devotos aquí, en un distrito negro y pobre a las afueras de Port Elizabeth, como en Río de Janeiro, Liverpool o Madrid. Por ese motivo, con la ayuda de una organización benéfica con sede en Londres, llamada One to One Children's Fund, pusieron en marcha hace dos años en esta zona un programa para animar a los niños a jugar, con el incentivo añadido de un cursillo de aprendizaje y una competición en la liga local y con la idea de, una vez atraídos, instruirles en la estrategia y la táctica necesarias para defenderse del VIH-sida. Nonkosi explica que, entre los numerosos e imaginativos métodos para la educación sobre el sida que ha ideado el programa, que obtuvo un premio mundial de Nike, está el de utilizar balones como forma didáctica digerible de conseguir que los niños vean cómo infecta el virus el cuerpo y como lo combaten los ARV. Warrington, que fue al que se le ocurrió el nombre del equipo, One to One United, apunta que en estas sesiones se da gran importancia a algo que le ha enseñado Nonkosi: "La necesidad de comer de forma saludable, sobre todo verduras como espinacas, remolacha y col, cuando estás tomando ARV".
Después del partido, Nonkosi, que cobra su sueldo de One to One, se marcha conduciendo su pequeña furgoneta, también proporcionada por la organización, a una zona residencial próxima. En la parte trasera, en un espacio en el que cabrían incómodamente tres adultos menudos, van 17 niños a los que repartimos por sus casas. Delante de algunas de ellas, Nonkosi muestra con orgullo las pequeñas huertas que cultivan los residentes por indicación suya y para las que ella proporciona las semillas.
Nos alejamos -Nonkosi camina con rigidez y le cuesta subir las escaleras, pero maneja su furgoneta como un piloto de fórmula 1- y pasamos a ver a una vieja amiga suya, una enfermera jubilada cuya vida reproduce los altibajos de la de Nonkosi. Se llama Nompumelelo y forma parte del grupo de discretos héroes y heroínas que luchan como hormigas soldado para vencer el último y mayor azote de África. Nompumelelo, que trabaja como voluntaria y tiene una situación acomodada para lo habitual en la zona, lleva a cabo la tarea más dura de todas. Se encarga de hacer los análisis de sangre para detectar el VIH, un trabajo en el que la parte de consejera, el enfoque psicológico, es más importante que el hecho de pinchar un dedo y hacer un diagnóstico casi instantáneo. "Lo bueno ahora es que si, antes de los ARV, un resultado positivo significaba la muerte, ahora, con el seguimiento y con apoyo en casa, significa la vida", dice. Pero la experiencia no deja nunca de ser angustiosa para ella y para sus pacientes. "Dejo que sean ellos los que lean el resultado en la tarjeta y vean las frases que dan el diagnóstico sobre su sangre, y que sean ellos los que digan, si es el caso, 'soy positivo'. Lloro por dentro, pero debo mantener siempre una actitud fría y profesional y siempre, siempre, resistir el impulso de abrazarlos".
La buena noticia es que la tendencia entre los jóvenes es prometedora. "Fui hace poco a Queenstown a hacer 36 pruebas y sólo dieron positivas dos, ambas de gente mayor", cuenta.
Hasta qué punto se ha perdido la generación perdida de Suráfrica, sexualmente activa, de entre 20 y 45 años, queda patente en el siguiente encuentro que tenemos Nonkosi y yo, con una enfermera a cargo del ala pediátrica de un hospital. "Una de las cosas más difíciles que tenemos que hacer, y para la que necesitamos prepararnos", dice Buyiswa Rabbie, "es cuando los jóvenes adolescentes empiezan a mostrar síntomas y resulta que son portadores del virus desde que nacieron. Lloran sin parar porque no pueden comprender cómo sus madres, que les querían, les han legado esa maldición". Vestida con un uniforme casi militar, como corresponde a su categoría de mando en el hospital, Buyiswa es una mujer guapa, con un buen nivel de educación, que tiene un número asombroso de familiares cercanos, también con gran nivel de educación, que se han visto diezmados por el sida. "Tengo dos sobrinos que murieron de él y una sobrina que es seropositiva; tengo un hermano que era licenciado universitario y se suicidó cuando descubrió que era positivo; tengo otro hermano que es seropositivo, y su hijo también; mi hijo y su mujer son seropositivos".
Los ARV, dice, han tenido un efecto milagroso y han reducido de forma espectacular el número de muertes. Confía en que su hijo y su nuera, que están tomando los fármacos, vivan hasta una edad avanzada, y se siente animada por el hecho de que el hijo de ellos, gracias al consumo de los fármacos durante el embarazo que durante tanto tiempo prohibió el presidente Mbeki, nació sin el virus. "Y, sin embargo", dice Buyiswa, "la maldición que aún padecemos es que la gente sigue sin decirlo, sigue teniendo vergüenza, y, si no se dice, no hay tratamiento, porque eso no es algo que se pueda ocultar".
El intento de eliminar el estigma ha movido a Nonkosi a escribir una obra de teatro dirigida a niños en edad escolar que confía en poder representar pronto y cuyo mensaje central, que grita al final todo el elenco de la obra, es "¡vamos a echar al sida de África! ¡Vamos a luchar contra el estigma! ¡El sida no discrimina, discrimina la gente!". Su gran aliado en la causa, su paladín, es su pequeño amigo activista, Warrington. "Soy vieja y a veces me canso, pero veo su sonrisa y él me anima a seguir", dice, "le miro y quiero creer que el futuro es luminoso". Y lleno de niños gordos con caras preciosas.
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